TUMBA TIPO POZO EN PUENTE NOYCuando las primeras expediciones de marinos fenicios, chipriotas o cretenses - orientales en general, orientales del Mediterráneo oriental - vislumbraron por primera vez las costas de la península ibérica, azuzados por poco más que leyendas difundidas desde la noche de unos tiempos ya lejanos, aquellos en los que los pioneros traían marfil sirio y se llevaban cristal de roca, oro y otros minerales escasos; cuando - si seguimos la perspectiva Este - Oeste - con la que Barry Cunlife orienta sus mapas, se oteaba un poderos cabo - llamado después, mucho después, el del Ágata - desde el palo mayor, justo en el momento en el que los remeros y los vientos ya parecían no dar más de sí, justo en ese instante en el que se veía por primera vez un sitio soñado pero no descubierto, estallaría una felicidad pareja a una inquietud incesante. Se había alcanzado el objetivo inicial, pero se trataba de un territorio ignoto. Probablemente, aquellos marinos tuvieran noticias de ciudades fortificadas cerca del gran cabo. Quizás habían oído hablar de los terribles guerreros de la Edad del Bronce, momento histórico que para ellos era poco más que un pasado reciente sin nombre alguno, o por lo menos con un nombre que no nos ha llegado. En ese trance, aquellos marineros, exploradores y comerciantes, gentes con el mismo espíritu y la misma necesidad que los posteriores conquistadores de América, eran la manifestación del ansia expansiva de un mundo que - con mucho - superaba en población, desarrollo tecnológico y complejidad política a los pueblos del oeste del Mediterráneo. Los que conocemos como fenicios, eran la punta de lanza, la cabeza de puente de un universo complejo que se ensanchaba hacia el sol poniente.