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CINCUENTA AÑOS PERDIDOS

Publicado 05/12/2019

CORTIJO DE LAS MEZQUITAS CON LA LAGUNA DE FUENTE PIEDRA. FOTO NAVARROCORTIJO DE LAS MEZQUITAS CON LA LAGUNA DE FUENTE PIEDRA. FOTO NAVARRO

Dice Gardel en el tango que “veinte años son nada”, pero dice eso, veinte. Nostalgias aparte, vengo a hablar de cincuenta años en nuestra Historia que parecen haber caído en un agujero negro; en un olvido – no sé si ignorante o intencionado – en un no querer hablar, y si hablamos, que sea de lugares comunes o rancios perfiles contaminados; de falsos héroes y de inexistentes patriotas.

 Una de las cosas que más me fascinan de la Historia  es como se construyen personajes del pasado con miradas del presente, con necesidad de legitimidades, que no legítimas necesidades y sin oír a los que verdaderamente tienen la llave del cofre.

Hoy era un día bello, pleno. Una mañana que se desperezaba de la niebla que acarició durante un amanecer inolvidable la piel del campo andaluz. Porque ayer fue cuatro de diciembre. Al rasgarse el velo pudimos ver en nuestro horizonte el brillo argénteo de la Laguna de Fuente de Piedra, el espejo en el que se mira Andalucía cuando se despereza. Las aves flamígeras y flamencas surcaban los cielos azules de una plena niñez ya casi olvidada.

Hay días que crepita el campo, que es dueño de una hermosura creciente, de una atmósfera inasible aunque respirable. Y vienen la paz y los buenos deseos y se abre la puerta de la atención. Hoy era un día de esos.  

Y encima venía un sabio: Virgilio Martínez Enamorado. ¿Qué podría salir mal?

LAGUNA DE FUENTE DE PIEDRA, HOY. FOTO NAVARROLAGUNA DE FUENTE DE PIEDRA, HOY. FOTO NAVARRO

Lamaya es su nombre y es un testigo de un proyecto de esos que se quedó en agua de borrajas porque las cosas cambiaron. Abderramán III, quería proclamarse Amir al mumunín, Príncipe (o Comendador) de los Creyentes, pero un empecinado caudillo de las montañas y su prole guerrillera, bandida y serrana, se lo impedía. Era la Fitna, que ya llevaba cuatro décadas quebrando cabezas y tesoros, rompiendo los sueños de grandeza que se veían en el cielo de Córdoba en las noches estrelladas de los albores de Alándalus.

Omar Ben Hafsún fue el líder que a punto estuvo de hacer morder el polvo a los omeyas: de aburrirlos, de hacerlos reembarcar con destino a cualquier lado en el que su nombre no se oyera por desconocido.

Desde Lamaya, en sus conjeturas, el tercero de los abderramanes miraba cada amanecer a Bobastro, que en Lontananza parecía inexpugnable y eterno. Entonces, una de esas mañanas claras del campo andaluz, como la mañana de hoy, decidió construir una ciudad, su ciudad, porque como afirmó Yaqubi al – buldán: “Ahora sé que soy de verdad un soberano, pues me he construido una ciudad”.

Una ciudad frente a su enemigo mortal, viendo Alcaparaín y la Peña; oteando a la Antigua por el sur y el país de Takurunna al poniente. Una ciudad en el cruce de los caminos de Andalucía. En verdad, en Lamaya podría haber estado una primitiva Medina Azahara.Virgilio Martínez Enamorado delante de Lamaya. Foto MartínezVirgilio Martínez Enamorado delante de Lamaya. Foto Martínez

Hemos superado el 900 y Omar Ben Hafsún, a pesar de la lucha, de sus pactos fatimíes, de sus idas y venidas al chiismo y al cristianismo, de su resistencia feroz, llega al momento de ver la faz de su Dios levantisco e indomable. Su cuatro hijos continúan la pelea, pero cada vez está más claro que el gran poder cordobés, tras cincuenta años que a punto estuvieron de cambiar el destino de Al Ándalus, iba a ser el Poder. Al menos por un tiempo.

Los cronistas, al final de la Fitna, se afanaron en destacar que los rebeldes abandonaron las montañas. Desde entonces los Gaitanes quedaron desiertos, ocupados por águilas y cabras. La familia de Omar Ben Hafsún sufrió una damnatio meomoriae, pero a los pocos años ya se puede ver a uno de sus descendientes siendo médico del mismísimo Al Hakam II. Los tiempos habían cambiado. Inmanencia.

¿Y qué quedó del plan de Abderramán de fundar una ciudad? ¿Por qué estábamos hoy pasando una mañana transparente en las mismas entretelas del campo andaluz? Porque el emir, luego comendador, empezó su ciudad por una mezquita. La medina, ciudad ideal de Al Farabi, tiene en la mezquita su corazón. 

Un edificio fundacional, fuerte, con sus arcadas y dovelas, con su mirhab, con el muro de su alquibla orientado al lugar hacia el que los buenos musulmanes se postran de hinojos cinco veces al día.

Un edificio que ha superado un milenio malvestido de paredes de cortijo. Un proyecto mayor que merece una atención mayor. Porque la Historia es lo que es pero también lo que pudo ser. Y porque cincuenta años, aquellos cincuenta años, son muchos.

Manuel Navarro.

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