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VESUBIO

Publicado 11/11/2019

EL VESUBIO SOBRE HERCULANO. FOTO NAVARROEL VESUBIO SOBRE HERCULANO. FOTO NAVARRO

 

Viéndolo en la lejanía, resulta apacible. Paseando por la superficie urbanizada de una montaña de lava que trasformó el horizonte azul del mar en plúmbeo muro, no puedo por menos que pensar en aquel adagio barroco que tanto gustaba a  Valdés Leal: “Ictu oculi”, o lo que es lo mismo, “en un parpadeo”. Así se les fue la vida a los habitantes de Herculano, de Pompeya y de Stabia un 24 de octubre del año 79 d.C. Plinio el Joven lo dejó por escrito. Debió ser un trueno en las entrañas del Imperio, que no obstante, continuó su expansión.

El célebre alquimista Athanasius Kirchner visitó el Vesubio, el Etna y el Stromboli. Qué duda cabe de que el vulcanismo ha sido siempre un polo magnético para las mentes curiosas. Adriano, el gran emperador (del que por cierto se verá nuestro documental en Francia próximamente, en Canal Historia) también sintió curiosidad por estos colosos y se plantó en la cima del Etna y quizás del Vesubio. Es probable que en ambos casos, el alquimista y el emperador, buscaran cosas de no contar en público.

Hemos tenido la fortuna de poder rodar por la Bahía de Nápoles durante unos días y dentro de sus lugares históricos más importantes. Y de sus paisajes, en el que el Vesubio y los Campos Flegreos son pinceladas tectónicas, genésicas y destructivas.

CAMPOS FLEGREOS DESDE CUMA. FOTO KURROCAMPOS FLEGREOS DESDE CUMA. FOTO KURRO

El plato fuerte del trabajo ha sido Herculano. Cuesta no caer en el lugar o lugares comunes a la hora de describir este yacimiento arqueológico. La diferencia es que estamos ante un yacimiento arqueológico que es también un yacimiento de emociones encontradas. Porque uno admira una ciudad: como fue; como se dibujó su urbanismo, como se levantaron sus muros y engastaron las teselas de sus mosaicos; pero sabe que es gracias a una catástrofe natural.

En las catástrofes naturales hay algo muy humano: la falta de perspectiva. Nadie piensa nunca que le va a tocar. Nada más hay que ver los esqueletos apilados de los habitantes de Herculano que trataron de huir cuando ya era demasiado tarde. La nube piroclástica, el gas y la soflama provocaron que la Sin Dientes se cebara con aquellas personas que simplemente no pudieron vislumbrar lo que se les venía encima. Literalmente.

 Las parcas hicieron su agosto en octubre y la hermosa ciudad, perla mediterránea, quedó sepultada con todo lo bueno y lo malo, por la lava, que hermana e iguala al común de los mortales. En la década de los ochenta se excavó un barco junto al viejo puerto y una rica patricia mostraba todo su tesoro conservado en la escoria plutónica. Su guardia militarizada la acompañaba, pero nada pudo hacer ante la magnífica catástrofe. Entretanto, Plinio el Viejo trataba de alcanzar la orilla, una orilla que se elevó ante sus ojos. O eso, cuentan las crónicas.

Los que vieron aquel Armagedón y tuvieron la suerte de contarlo, se convertirían en vates ocasionales, invitados extraños de mal augurio. Máxime conociendo a los romanos. Hoy en día, gracias a los medios audiovisuales y a la ciencia, conocemos casi todos los detalles del proceso volcánico. Entonces, no; entonces era cosa de los dioses. EL VIEJO PUERTO DE HERCULANO BAJO LA LAVA. FOTO MARTÍNEZEL VIEJO PUERTO DE HERCULANO BAJO LA LAVA. FOTO MARTÍNEZ

He sentido paz en las calles y termas de Herculano; escalofríos en su teatro – infierno de los cómicos – sepultado bajo toneladas de lava; infinita curiosidad en la Villa de los Papiros; pequeñez extrema en la terraza de Nonio Balbo bajo una ola de veinte metros de lava solidificada frente a mis narices. Y me consta que mis compañeros, también.

Pero no debemos dejar la historia de Herculano solo en el plano de las emociones; ni sucumbir a la belleza de los frescos de Pompeya. La ciencia nos ofrece medios para conocer mejor, para explorar mejor, para construir mejor el relato de un acontecimiento luctuoso y excepcional.

Demos pues la palabra, a los científicos, tan silenciosos como la lava y con tanta capacidad de cambiar las cosas como un volcán.

 

Manuel Navarro

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