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ARQUEOLOGÍAEN CERDEÑA III. LA GEOMETRÍA SAGRADA DE SANTA CRISTINA Y EL GIGANTISMO COLOSALDE LA NURAGA DE LOSA DE ABBASANTA

Publicado 21/02/2021

Pozo de Santa Cristina. Foto PimentelPozo de Santa Cristina. Foto PimentelEse viernes conoceríamos el lugar arqueológico de Santa Cristina, abierto tan sólo para nosotros al encontrarse cerrado al público. Un desgraciado privilegio que nos permitió admirar y grabar en soledad aquel lugar mágico. Leonardo García Sanjuán nos anticipó el que su Templo-Pozo nos sorprendería, por lo que creímos que, una vez llegamos, lo primero con lo que nos toparíamos sería con esa afamada arquitectura sagrada del agua. Nos equivocamos. Nos encontramos en una gran plaza empedrada, rodeadas de casas bajas, de paredes de piedra vista y cubiertas de tejas rojizas, de aspecto medieval, que se alineaban rectangularmente alrededor de una vieja Iglesia. 

Esas casitas individuales simples, unidas unas a otras para la formar las alineaciones descritas, se conocen como “muristenes” y fueron las celdas de los monjes Camaldulenses, creadores del complejo monacal a principios del siglo XIII, que complementaron con una hospedería en la que atendían a los peregrinos y fieles que acudían al lugar. Otro bellísimo caso de sincretismo religioso en el que el carácter sagrado de los lugares de culto de la prehistoria se prolonga a lo largo de los siglos, y que aún continúa en nuestros días, pues en el lugar se celebran dos populosas romerías, una en honor de Santa Cristina y otra en honor de San Rafael Arcángel, conocido popularmente como San Serafino.

            La iglesia, muy sobria en su construcción, ha sufrido varios cambios y reformas a lo largo del tiempo desde su fundación medieval. En su interior se custodian varios frisos decorados procedentes del pozo sacro, que no pudimos grabar al encontrarse la iglesia cerrada.

            Una dehesa esclarecida de olivos y acebuches, proporciona el escenario de sosiego al lugar sagrado. Musgo sobre las rocas redondeadas, hierba tersa, verde y húmeda, tréboles y esa flor amarilla que en Andalucía conocemos como vinagritos, cuyo tallo se mastica para gozar de su sabor ácido. No pude resistir la tentación y, como cada día, comulgué con su gusto agrio y vivo. El entorno irradiaba una paz profunda, antigua y mística, pontificada con la cobertura serena de las plantas. Santa Cristina es historia, es piedra, pero, también, su conjunto pertenece al reino vegetal. Religión, arqueología, historia y botánica para conjugar los secretos de un lugar excepcional.

            Caminamos, a lo largo de un sendero de piedra hasta divisar la nuraga. Queda a nuestros pies y descendemos hasta ella. Entre piedras redondeadas y acolchadas por el musgo, se erige enhiesta y orgullosa, el torreón de la nuraga. Ciclópea su base, la edificación milenaria muestra un excelente estado de conservación. Al entrar por su puerta, tenemos que agacharnos, no es demasiado alta, apreciamos un pórtico monumental interno que da entrada a otro espacio interior, como si una segunda torre, al modo de las muñecas rusas, se encontrara inserta en su interior. Y, entre la torre externa y la interna queda una especie de pasillo, que los arquitectos seculares aprovecharon para realizar una escalera de grandes peldaños de piedra por la que se asciende, en forma de amplia rampa de caracol, hasta la cubierta de la nuraga. Perfecta ejecución que nos habla de la excelencia alcanzada por los maestros prehistóricos. Bajamos de nuevo la escalera y nos disponemos a traspasar la puerta colosal de la torre interior, enmarcada por piedras ciclópeas que le otorgan una monumentalidad superior a la puerta exterior. Este juego inverso nos muestra ante un espejo de sabiduría. Siempre es más importante el interior que la fachada, lo que se oculta que lo que se muestra. El interior de la nuraga se cierra con una falsa bóveda de hiladas de piedra que se aproximan sucesivamente hasta encajar en su vértice, otorgando una forma troncocónica a la cubierta. En los muros se aprecian unas hornacinas bien enmarcadas, de las que ignoramos la función que cumplía cuando la nuraga era el corazón de la comunidad. Al girarnos para abandonar la edificación, vislumbramos el juego de luces y penumbras contrapuestas que componen las dos puertas en perspectiva. Con asombro y respeto nos alejamos de la nuraga, redoblando nuestro compromiso de humildad ante el saber del pasado. Sólo desde la ignorancia y la necedad se puede despreciar la sabiduría prehistórica. NI ahora somos más listos, ni, muchos menos aún, nuestros antepasados remotos fueron más torpes. Ahí queda dicho, como antídoto contra la insufrible y extendida soberbia del actualismo. Pozo de Santa Cristina. Foto Pimentel.Pozo de Santa Cristina. Foto Pimentel.

            Y, cuando tenemos enfrente el Templo-Pozo de Santa Cristina, esa honda admiración a la sabiduría pretérita se redobla, pues nos encontramos ante una obra de arquitectura sagrada realmente excepcional. Sobrecoge la perfección y osadía de las geometrías que conforman del pozo sagrado. Una escalera de sillares de piedra perfectamente tallados desciende al interior de la tierra a medida que se estrecha, al tiempo que las paredes se levantaron con inclinación hacia el interior, conformando una conjunción de trapecios y triángulos de una osadía y vanguardia que nos hace olvidar, por unos instantes, que nos encontramos ante un prodigio de 3.500 años de antigüedad, y no ante una entrada monumental a un aeropuerto futurista. Bajamos hasta el último peldaño, reducido ya al tamaño, en anchura y altura de una puerta perfectamente rectangular. ¡Cuántos cálculos hubieron de realizar, buen Dios, para que las geometrías, pendientes y aristas encajaran de forma tan portentosa! Y, para rematar el prodigio arquitectónico, la cubierta se cierra con una escalera inversa que, de alguna manera, refleja la que pisamos. Increíble, sobrecogedor. Y del asombro racional de una arquitectura imposible, pasamos a la honda emoción que bautiza el agua sacra. En efecto, una pequeña cascada alimenta el pozo ancestral, perfectamente enmarcado en sillería circular en sus paredes y falsa bóveda en su cubierta, cuya sonoridad reverbera el eco de la madre tierra que nos acoge. Cuánta espiritualidad se percibe en ese recinto de agua vivificadora, qué turbación purificadora. Se detiene el tiempo y todo se convierte en agua y origen, en el Aleph en el que confluyen las cuerdas caprichosas que tejen el pasado y el futuro. Mojamos nuestros dedos en aquella agua cuántica y, renovados de la honda energía telúrica que el pozo sacro emana, resurgimos a la superficie por el canal de parto de la escalera prodigiosa. Renacidos, toca continuar con la grabación del programa. Hijos del tiempo, el vértigo de nuestro tiempo nos reclama.

            Tras un breve traslado en coche, llegamos hasta nuestra segunda cita con el tiempo nurágico, y lo hacemos a lo grande. La enorme mole de la nuraga de Losa de Abbasanta se alza solemne frente a nosotros, retando tiempos y gravedades. Con sus más de trece metros de altura actual (equivale a un edificio de cuatro plantas) y los probables dieciocho metros que alzaría en sus momentos, se muestra colosal y soberbia ante los ojos admirados de sus únicos visitantes, nosotros, testigos de la provocación que supone su volumen de gigantes.

            La gran nuraga de Losa se construyó con la característica piedra basáltica del sur de Cerdeña, prolongado el espíritu del vulcanismo que la forjó con energía incandescente. Con sus 3.500 años a cuestas, tuvo diversos usos a lo largo, del tiempo, como, por ejemplo, necrópolis en época romana. Presenta una forma trilobulada, otorgando al conjunto una forma orgánica que nos recordaría, de alguna manera, a las motillas del bronce manchego, como la de la bellísima Motilla de Azuel. Las nuragas evolucionaron de las formas simples iniciales – apenas un torreón y poco más – a los complejos de varias torres, muros, murallas y cabañas circulares adyacentes que le otorgan una estética conjunta muy peculiar y realmente llamativa y hermosa desde una vista aérea. Desde el aire se aprecia el gran bastión trilobular que compone el conjunto de la torre principal con las dos adyacentes. Una gruesa muralla la rodea, completando el conjunto una serie de torres menores y alguna planta de vivienda del bronce, conformando, un característico complejo nurágico, cuyas formas orgánicas volveríamos a encontrar durante algunas de nuestras visitas de los días siguientes.

            Accedemos al bastión a través del pasillo estrello que delimita, por un lado, una de las torres exteriores y, por otro, la fábrica ciclópea – megaciclópea, que diría el tiquismiquis – de la base de la torre principal, piedras gigantescas que nos remiten a esfuerzos megalíticos para su tallado, transporte y colocación. La puerta exterior, simple, queda delimitada por grandes piedras, pero, al igual que en la nuraga de santa Cristina, es en la puerta que define la torre interior - en este caso las torres, pues encontramos dos pórticos interiores -. donde los constructores se esforzaron en marcar su carácter monumental. Nada más ni nada menos, que dos pasillos circulares internos, en uno de los cuales – el más cercano al centro - volvemos a encontrarnos con la escalera que a modo de espiral asciende hasta la cubierta. Al llegar arriba, todo dominio del paisaje, volvemos a percibir el gigantismo del bastión y la perfección arquitectónica de sus entrañas. Una vez abajo, comprobamos que el discurso arquitectónico interior de la nuraga resulta muy similar al que ya vivimos en Santa Cristina. Juegos de luces de las, en este caso, tres puertas, falsa bóveda en cubierta y hornacinas encajadas en los muros. Sólo el gigantismo interior y los dos pasillos concéntricos de la nuraga de Losa parece diferenciarla de la menor, pero muy digna, nuraga de Santa Cristina.

            Recorremos el pequeño laberinto delimitado por torres, casas y muros hasta descender a una torre que guarda una sorpresa bajo sus muros, una pequeña entrada descendente que conduce a un pozo. De nuevo, el matrimonio inseparable del agua y la nuraga, del pozo y la fortificación. Abbasanta nos remite a agua santa, al reino insondable de los Templo Pozo, indisociablemente unidos al corazón de piedra de los tiempos nurágicos.

Nos dicen que, en las cercanías, se encuentra una Tumba de Gigantes, la característica necrópolis de las nuragas, una bigamia reiterada entre la construcción de los vivos y la edificación de los muertos. Ese día no podríamos grabarla, no queríamos abusar de la amabilidad de los guardas que nos abrían privilegiadamente el monumento. Dejamos sin hollar el edificio de los muertos para regresar al de los vivos. Era tarde ya, y, amablemente, los responsables del lugar nos indicaron que podríamos utilizar una especie de merendero externo, en el que pudimos dar cuenta de las viandas adquiridas por la mañana en el supermercado salvador.

 

Manuel Pimentel Siles

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