En un lugar imposible, surge la sorpresa por partida doble. Un yacimiento arqueológico excepcional, enmarcado en una naturaleza inesperada, donde, en teoría, no deberían encontrarse ni el uno ni la otra. Rodeado de autovías, urbanizaciones, polígonos y hasta de un gran aeropuerto internacional, late, desde miles años atrás, el recuerdo enterrado de una antigua ciudad fenicia, de nombre olvidado, que hoy conocemos por su toponimia del Cerro del Villar. Se ubica junto al Paraje natural de la desembocadura del Guadalhorce, a las puertas mismas de la ciudad de Málaga. Las decenas de miles de conductores que surcan cada día las autovías y scalextric no llegan ni a sospechar la riqueza arqueológica y natural que bordean. Que sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas.
Las marismas de la desembocadura del Guadalhorce, el río que comunica la bahía de Málaga con el interior de la proverbial Andalucía, quedan embolsadas en una densa zona urbana y comercial. Al norte, el Palacio de Deportes José María Martín Carpena, aquel buen concejal vilmente asesinado por ETA en 2000. Al sur, la blanca urbanización Guadalmar, con su parroquia de Santa María Estrella de los Mares, punto de reunión del equipo de Arqueomanía desde donde accedemos al yacimiento a través de una cancela normalmente cerrada, para proteger el espacio natural del tráfico rodado. Dos muros de tierra elevados previenen del ímpetu de las periódicas avenidas. El Guadalhorce, viejo forjador de historias y prehistorias, es un río de mansa apariencia, pero de feroces envites e inundaciones. Antes de fusionarse con el padre Mediterráneo, se abre en dos brazos que delimitan las actuales marismas de su delta. La ciénaga y el riesgo de inundación salvó al enclave de la intensa urbanización circundante, convirtiéndose en un paraje natural de extraordinario valor, en el que conviven nutrias con anguilas, conejos con lisas, zorros y camaleones con una infinidad de aves acuáticas que utilizan sus charcas y lagunas como descansadero en sus migraciones, como hábitat permanente o como lugar de invernada. Actualmente goza de la protección de Paraje Natural, habilitándose, también, como parque periurbano de una gran superficie, 122 hectáreas, recorrido por una serie de senderos habilitados para caminantes y corredores. Algunos observatorios, como en situado en la Laguna Grande, permiten disfrutar de las aves acuáticas en su incesante ir y venir. Un prodigio natural inesperado que debemos cuidar y mimar, ya que acerca una variada biodiversidad al corazón mismo de la gran ciudad.