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CATACUMBAS:UN DESCANSO ANTES DEL JUICIO FINAL

Publicado 28/10/2023

EL ANCLA EN LA CATACUMBA. FOTO NAVARROEL ANCLA EN LA CATACUMBA. FOTO NAVARRO


Para los cristianos la muerte es un estado transitorio hacia la Parusía, hacia la llegada gloriosa del Cristo al final de los tiempos. Los primitivos cristianos creían que ese momento estaba cercano.  Es por ello que el término cementerio posee un vínculo etimológico con dormitorio: coemeterium deriva del griego y significa literalmente eso, dormitorio. Por eso las primeras comunidades cristianas construyeron arquitecturas transitorias, para un uso indefinido aunque presuntamente breve. Se trataba de un descanso efímero, no definitivo. Y es por ello que decoraron sus dormitorios, sus cementerios, con escenas llenas de vida y de esperanza en la Resurrección de los muertos.


 

Si hay una ciudad óptima en el mundo para investigar estas construcciones funerarias es Roma. Nápoles no es desdeñable, desde luego, pero Roma era por méritos propios Caput Mundi y eso cotiza. Las catacumbas requieren otra condición sine qua non: se fabrican en toba,  una roca volcánica fácil de trabajar, blanda para ser excavada. Aunque cuidado, en estos estratos predomina el radón, un gas radiactivo que puede jugarnos una mala pasada. A fin de cuentas, las catacumbas pertenecen al ámbito de las tinieblas, al inframundo; su decoración tiene mucho que ver con el universo pagano que las precede y con la iconografía bíblica: Susana y los viejos; Daniel en el foso de los leones; Jonás y la Ballena o Noé en el Arca son escenas que se repiten por el dédalo oscuro de las catacumbas en cubículos de luz y belleza, como la Capilla Griega de Santa Priscila. Más me ha sorprendido ver a Orfeo en Calixto, hecho que pone sobre la mesa el problema del sincretismo.  

FOSSOR DE LA CATACUMBA DE MARCELO Y PEDROFOSSOR DE LA CATACUMBA DE MARCELO Y PEDROLos fossores constituyen el cuerpo de excavadores y vigilantes que desde el siglo IV tienen encomendada la dura misión de custodiar y conservar las catacumbas. Al  principio también las construían, claro, por eso, en las Catacumbas de Marcelino y Pedro, junto al Mausoleo de Santa Elena, en la Vía Casilina de Roma, puede observarse la pintura de uno de estos fossores. El operario lleva una lámpara en su mano derecha, mientras sujeta una tela o arpillera plegada a modo de saco en la izquierda. La pintura es deliciosa y su protagonista tiene rasgos faciales inconfundibles. Como Símone, el fossor más joven que trabaja en la actualidad bajo las órdenes de la Pontifica Comisión de Arqueología Sacra. Un trabajador eficaz que cumplió las órdenes de sus superiores sin apartarse un milímetro durante nuestra visita a las Catacumbas de San Calixto. Ya no está uno acostumbrado a ver tanto respeto a la jerarquía. Una Comisión, la Pontificia de Arqueología Sacra, que nos ha autorizado a filmar, amén de otras cuestiones, por la intercesión eficacísima de la Catedrática de la Universidad de Padua Alexandra Chavarría. La profesoresa como denominan a las catedráticas en Italia, fue la comisaria de la exposición Cambio de era, Córdoba y el Mediterráneo cristiano, celebrada hace unos meses en varias sedes de la antigua capital califal, y que resultó todo un éxito de crítica y público. Algunos recordaréis su paso por el programa.

Alexandra nos ha conducido durante varios días por este inframundo que resulta de singular importancia para conocer los albores del cristianismo. Un terma farragoso del que se sabe poco y lo poco que se sabe tiene más que ver con algunos textos apologéticos que con la arqueología o con cronistas objetivos. Los primeros cristianos eran – en terminología actual – indetectables. De la Carta a Diogneto, de finales del siglo I, se puede extraer dicha conclusión sin temor a errar. Extraigo un par de fragmentos:

“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.”

Un poco más adelante:

“Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.”

CATACUMBA DE CALIXTOCATACUMBA DE CALIXTOPor eso en la arqueología de los primeros siglos del cristianismo lo que vemos, salvo  raras excepciones, es la cultura material de los romanos o de otros pueblos del Mediterráneo. Los cristianos vivían camuflados entre ellos y exceptuando algún símbolo, hay que esperar al siglo III para tener evidencias ciertas. Su proselitismo fue discreto y su testimonio material afloró durante las persecuciones como las de Diocleciano o Domiciano. Lo de Nerón hay que ponerlo en cuarentena.

La Ley de las Doce Tablas, redactada con casi toda probabilidad durante el siglo V antes de Cristo, prohibía las inhumaciones y las incineraciones intramuros de las ciudades romanas. Es por ello que a lo largo de algunas vías, como la que unía Carmona con Sevilla o la magnífica y monumental Vía Appia de Roma, se ocupaban los lados de las calzadas para erigir monumentos funerarios. Hay raras excepciones, como la tumba que Antonio Pizzo y el equipo de la Escuela Española de Arqueología y Arquitectura de Roma excavó en los cimientos mismos de su sede, cerca de la Columna de Trajano en Roma. Una tumba que – según se cree – debió pertenecer a algún héroe militar o líder político, razón por la que se permitió su ubicación en el antiguo Campo de Marte.

Los cristianos no fueron ajenos a la ley imperial y a la costumbre y por eso excavaron sus cementerios extramuros de Roma. La Vía Appia fue uno de los lugares elegidos. En las cercanías, donde lucía, entre otros, el mausoleo de Cecilia Metella, que tuvimos ocasión de visitar, comenzaron a trazar canales y pasadizos subterráneos en los que “acomodar” a sus muertos. Las grandes catacumbas de Calixto, sitas en la Vía Appia, son un mundo en sí mismas, un constructo subterráneo que se extiende miles de metros en cuatro niveles diferentes de profundidad.

La operación de las catacumbas no fue pequeña y delata una estructura administrativa preexistente, sólida; una inteligencia que ordenó la estancia hacia el Más Allá de un elevado número de los primeros cristianos de Roma, de miles de ellos. Hablamos de obispos y de gentes de las élites que diseñaron y financiaron estas obras. Eso nos habla de una presencia ya madura, de una estructura operativa que acabaría aflorando junto a la cabeza del Imperio en tiempos de Constantino. O eso parecen indicar las pruebas. Papas como Silvestre o Calixto fueron patrocinadores de estos dormitorios píos, de estos primeros cementerios cristianos.

Hemos podido ver la primera representación de la Virgen María con el Niño en un techo de las Catacumbas de Priscila, pintada con casi toda seguridad durante el siglo III. Esa y otras muestras del primer cristianismo se extienden en el inframundo extramuros de la vieja Roma. De esa Roma que fue el sueño de Sertorio y el patíbulo de Pedro y Pablo, de esa urbe terrena y celestial por partes iguales, en la que todavía resuenan las ánforas de aceite bético al romperse sobre el Testaccio mientras una brisa penetra por el óculo del Panteón al que Adriano mantuvo el patronímico de Agripa; de una Roma en la que las fuentes refulgen más de noche que de día, de esa magnífica capital en la que las cúpulas decoran el horizonte del atardecer sobre la Piazza del Pópolo.

Vuelvo del tránsito por catacumbas y panteones de Roma con la sensación de haber visto mucho y como siempre, con la seguridad de que queda mucho más por ver.

 

Manuel Navarro

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