A comienzos del siglo primero antes de Cristo Roma vivió una guerra civil cruenta. Al tratarse de la potencia dominante en el Mediterráneo, el conflicto se extendió por muchas regiones, entre ellas Hispania.
Un hombre, Sertorio, trasladó el teatro de las operaciones a suelo hispano y los pueblos autóctonos sufrieron los desastres de la guerra en sus propias carnes.
No era la primera vez que Roma guerreaba en Hispania, que fue un escenario fundamental de la Segunda Guerra Púnica y de las llamadas Guerras Numantinas. Las relaciones políticas y económicas de la potencia del Lacio con los pueblos peninsulares fueron permanentes y desiguales. Íberos, celtíberos, castreños, turdetanos y otros pueblos, pelearon contra Roma o se asociaron con ella. Dependía de hacia dónde soplaran los vientos.
La Guerra de Sertorio fue una ocasión en la que cristalizaron muchas alianzas con un bando, el de Sertorio, pero también con el otro, el de Sila.
La presencia de Roma en el Mediterráneo venía de lejos. Alrededor del 80 antes de Cristo trataba de extenderse hacia Oriente, llegando a Armenia y buscando Partia.
¿Cómo era la Hispania que se encontró Roma a su llegada? ¿Cómo vivieron aquellos pueblos la nueva realidad política teniendo en cuenta su brillante pasado?
Desde antes del siglo quinto antes de Cristo los pueblos íberos demostraron un gran desarrollo cultural, político, simbólico y tecnológico. Hispania influyó en la agenda de Roma y Cartago. El gran desarrollo comercial y militar del mundo íbero, asociado a la explotación de minerales, tuvo su eclosión internacional durante la Segunda Guerra Púnica. Lugares como Cástulo, Iliturgi o Baécula fueron claves durante aquella guerra global.