Lo que llama la atención de Siret es su instinto: para excavar y para entrever las relaciones con los pueblos de Oriente. Al principio, él pensaba que lo que desenterraba en Los Millares y el Argar era fruto del comercio con los fenicios. Y si bien, las cronologías no eran correctas, sí que lo eran las sospechas sobre la importación de materiales foráneos, como el marfil o el ámbar.
Siret, fue consciente de que encontró una civilización potente, algo parecido a un imperio. Los arqueólogos son prudentes, es su obligación, y siempre tratan de huir – o casi siempre – de afirmaciones así de categóricas. Además, procuran ir a lo concreto y evitan enlazar unos territorios o unos periodos con otros. Es lógico, la continuidad de unas culturas en otras no está demostrada y hoy en día, con las cada día más exactas pruebas genéticas, hablar de continuidad de poblaciones es como jugar a la ruleta rusa. ¿Recordáis los yamnaya de la Estepa y su irrupción peninsular al final del Cobre y principios del Bronce?