Pocas comarcas tan hermosas con la del Sobrarbe, situada al norte de Huesca, y abrazada por el Pirineo, al norte, y por las sierras de Guara, la de las gargantas profundas y barrancos torrenciales, al sur. Queríamos conocer la arqueología de alta montaña y para ello ningún lugar más adecuado que los Pirineos centrales. Algunos arqueólogos de la Autónoma de Barcelona llevan tiempo desarrollando el concepto de arqueología de alta montaña, que comienza a dar frutos sorprendentes, gracias a los hallazgos de pinturas rupestres a altitudes inesperadas. Pero no adelantemos acontecimientos, que para los caminantes tan importante son las jornadas del camino como la meta alcanzada. Y nuestro camino comenzó en Aínsa, la que fuera primera capital del Sobrarbe, uno de los condados históricos que configuraría Aragón. Allí dormimos y de allí partimos para cada una de las excursiones pirenaicas.
El casco medieval de Aínsa, uno de los más bonitos y bien conservados de toda España, se encuentra sobre una meseta elevada, bien defendida por los ríos Cinca y Ara, su afluente, que la circundan. Ambos ríos rugen, bravíos y caudalosos, alimentados por las fuentes y deshielos de los cercanos Pirineos. Pasear por la plaza mayor de Aínsa y por sus pocas calles empedradas supone el trasladarse a una Edad Media de caballeros, correrías y escaramuzas. La torre de la Iglesia, mitad construcción sacra, mitad fortaleza, sería testigo de las partidas de jinetes que partían con sus estandartes coloridos a batirse con un enemigo siempre acechante.
Pero Aínsa, en esta ocasión, no era el fin, sino el inicio. A la mañana siguiente partimos hacia nuestro primer destino, dispuestos a conocer yacimientosarqueológicos de alta montaña, una novedad para nosotros y para la mayoría de los aficionados a la arqueología española.Nuestro primer objetivo, Tella, un pequeño pueblo situado a 1.380 metros de altitud, y uno de los municipios habitados de mayor altura de los Pirineos. La carretera serpentea entre bosques, torrentes y riscos. Sólo por el paisaje que admiramos desde las ventanillas del vehículo bien que merece la pena el trayecto que nos conduce a Tella, cabeza del municipio de Tella-Sin, con apenas 200 habitantes. La iglesia de san Martín es su edificio más emblemático. A sus puertas, un centro de información y un museo dedicado a los fósiles de los tremendos osos de las cavernas localizados en una cueva cercana. En los rodeos del pueblo podemos observar las bordas, típicas construcciones ganaderas pirenaicas, cuya planta baja se usaba de establo y la superior de pajar y henar. Justo enfrente del museo, se levanta La Posada del Silván, un hotel rural construido en piedra al modo tradicional. Preguntamos qué significa Silván, y descubrimos la maravillosa leyenda del gigante Silván, que vivía en alguna cueva cercana – quién sabe si en la del Oso Cavernario – y que atemorizaba a la población desde tiempos inmemoriales. Raptó y enamoró a la pastora Marieta, que logró, finalmente, huir de la cueva. Dicen los mayores del lugar que, al atardecer, aún se pueden escuchar algunos días sus tristes lamentos de amante desdeñado. Se nos olvidó preguntar a los arqueólogos por la hermosa leyenda del gigante Silván y por si, en alguna ocasión, los sollozos de su descomunal mal de amores llegaron hasta sus oídos.
Nos trasladamos a Tella con un doble objetivo: grabar su dolmen y el asentamiento neolítico de altura de Coro Trasito. El dolmen de Tella, también es conocido con los nombres de Piedra de Vasar o de Losa la Campa, que no terminan de ponerse acuerdo. Pero, al subir, descubrimos que, Tella, además del pueblo de los dólmenes, era el pueblo de las ermitas. En efecto, tres pintorescas ermitas rodean al pueblo, como si de una corona sagrada se tratara. Así, las ermitas de la Peña, la de San Juan y Pablo y la de las Fajanillas nos observan pacientes desde sus elevaciones de risco y cielo. Una señal en la carretera ya advertía que nos acercábamos a la ruta de las ermitas, que nos prometimos realizar algún día. Una vez descubierto esta coincidencia de dólmenes y ermitas, era inevitable establecer una relación entre ellos. Así, dólmenes y ermitas suelen coincidir por la tenacidad de los lugares megalíticos, sagrados en el pasado, sagrados en el presente. Pero la sorpresa aún fue a mayores cuando descubrimos – y no lo sabíamos hasta llegar allí - que Tella era conocido como el pueblo de las brujas, dado que existen leyendas populares – posiblemente algo más que leyendas – de aquelarres celebrados en fechas lunares y de sabiduría ancestral de hechizos y ungüentos de hierbas medicinales y venenosas. De hecho, existe un Museo de las Brujas ubicado en la antigua casa de la maestra. La presencia de brujas en la tradición popular se constata, por ejemplo, en la Danza d´as Bruxas, que aún se baila a día de hoy, o el remate de todas las chimeneas circulares, tan características del pueblo, con un espantabrujas en piedra. Otras toponimias también nos recuerdan a las temidas antaño, veneradas hoy, hechiceras, como es el Puntón de las Brujas, un afilado crespón rocoso bajo el que se levanta la ermita de San Juan y San Pablo.Las brujas y los gigantes de Tella atemorizaron a los pueblos del valle durante siglos. De hecho, aún se recita en la zona el inquietante refrán de “Tella, dios te guarde de ella”. Afortunadamente, a nosotros nos pareció un lugar apacible y hermoso, bajo un sol que disipaba los temores de los miedos y tradiciones medievales que aún pesaban sobre la zona.
Dólmenes, ermitas, brujas… No puede ser causalidad tanta concentración de elementos espirituales, simbólicos y mágicos, destino de oración, peregrinación, devoción y romería o aquelarre, que a estos efectos viene a ser casi lo mismo. Por eso, comenzamos la grabación del programa refiriéndonos a Tella como el pueblo de los dólmenes, ermitas y brujas, esperemos que ningún científico se moleste por esta licencia literaria tan traída a pelo. Creemos que el reflejo de las creencias populares también aporta un marco antropológico a la arqueología y por eso los hacemos constar, con permiso de la ciencia pura a la que dedicaremos nuestro mayor esfuerzo divulgativo.
En Tella nos aguardaban Javier Rey, responsable del Gobierno de Aragón e Ignacio Clemente, arqueólogo de la UAB, dos destacados impulsores de la arqueología de alta montaña que nos convocaba y que oficiarían, al tiempo, tanto como cálidos anfitriones como doctos eruditos.
Partimos en los todoterrenos y nuestra primera parada fue la del dolmen de Tella, o de la Piedra Vasar o de la Losa de Campa, que los afectados no terminan de ponerse de acuerdo en su definitiva denominación, como ya dijimos, porque nos sorprendió esta indefinición a estas alturas.Se encuentra situado a apenas 750 metros del pueblo y fue conocido desde siempre. En un dolmen grande para la escala pirenaica, de sencilla construcción, con una única cámara rectangular de seis ortostatos verticales y una única gran losa de cubiertaque se abre hacia el sureste, la salida del sol. El túmulo que algún día lo cubrió se encuentra por completo erosionado, dejando la cámara expuesta a la intemperie. Como otros muchos, el dolmen tiene una lectura paisajística, pues se encuentra enclavado en un lugar estratégico de gran visibilidad, justo en un collado entre dos grandes cerros, que separa el vierteaguas de dos importantes valles paralelos. Construido sobre la cota de 1.250 metros, es uno de los dólmenes con mayor altitud de la zona. Fue excavado en los años cincuenta y setenta, y sabemos que, al menos, se descubrió un punzón de hueso. Se estima que el dolmen sería construido a principios del IV milenio a.C., en un neolítico algo más tardío que el de los grandes megalitos del suroeste peninsular.
Una vez grabadas las secuencias del dolmen, nos dirigimos por carriles de montaña hacia Coro Trasito. Dejamos los vehículos y comenzamos a ascender hasta el yacimiento por una estrecha senda, abrazados por monte bajo de boj, aulagas y majuelos. A nuestros pies se extendía la mancha de bosque de pino silvestre. Más abajo, por aquello de los pisos ecológicos, los del enebro y el serbal. Y mientras caminábamos, los mejores embajadores de las alturas pirenaicas nos recibieron con la lisonja de sus vuelos solemnes. Dos quebrantahuesos nos saludaron desde las alturas con su plumaje rojizo en el pecho, color que adquieren – nos contaron - al desparasitarse en charcos de aguas ricas en óxidos de hierro, ver para creer. La población de quebrantahuesos encontró en estas sierras su último refugio. Ahora, afortunadamente, está en franca recuperación. Desde aquí, en la actualidad, parten ejemplares para repoblar otros montes – como los de Cazorla – donde la especie se extinguió recientemente. Sentimos que el silencioso vuelo del quebrantahuesos es toda una bendición ecológica y un canto a la biodiversidad, enriquecido por el coro de buitres leonados que nos acompañaron en nuestra ascensión hasta los cortados en los que se ubica el abrigo de Coro Trasito. Antes, pasamos por la puerta de la Cueva del Oso Cavernario, importante yacimiento paleontológico abierto a las visitas del público.
Y, por fin, algo más adelante, se abre ante nosotros el gran abrigo de Coro Trasito, un importante y sorprendente yacimiento del neolítico que excava la Universidad Autónoma. Nos recibe Ermengol Gassiot, codirector de la excavación, junto a Ignacio Clemente y Javier Rey. Y comenzaron, entonces, a descubrir los secretos de aquel asentamiento situado a la asombrosa altitud de 1.575 metros. A modo de comparación, y para calibrar la importancia del lugar, podemos resaltar que ningún pueblo de la España actual se localiza a tal altura. La investigación ha determinado de manera fiable dos periodos de ocupación. Uno primero, neolítico, que se extendería desde el 5.325 hasta el 4.550 a.C. y un posterior, ya en la Edad del Bronce, que abarcaría del 1.400 a.C. hasta el 1.200 a.C.
En principio, pensaron que se trataría de un asentamiento estacional, de familias de pastores que subirían a los montes para aprovechar los pastos de verano, al cobijo de las benignas temperaturas del estío, una vez retiradas las nieves y los hielos. Pero la excavación ha demostrado que, en verdad, se trata de un establecimiento permanente, como lo evidenciantanto la producción local de cerámica de grandes dimensiones, muy difíciles de transportar, así como la uniformidad de los sedimentos y la organización de espacios, con zonas para hábitat humano y zonas para corrales de ganado. Pastoreaban rebaños de ovejas, cabras y vacas y cerdos, animales estos mucho más difíciles de pastorear en trashumancia, lo que redundaría en la vida sedentaria de los pastores. También la dieta parece indicar la permanencia del asentamiento, al sacrificar – y comerse, claro está - animales muy jóvenes – cabritos y borregos – para incrementar la producción lechera de las madres y permitir así la producción de queso. Pero la prueba definitiva la aportó el análisis del polen. Se sabe que el polen del cereal, a diferencia por ejemplo de del olivo, sólo puede trasladarse a cortas distancias. En la excavación se ha encontrado, de manera uniforme, bastante polen de espelta – trigo primitivo – y de otros cereales cultivables, lo que demostraría que, necesariamente, se cultivarían en las inmediaciones. Vistas las acusadas pendientes de la ladera, eransembrados en terraza. O sea, que queda demostrado que hace más de 7.000 años ya existió allí un asentamiento estable – les cuesta pronunciar la palabra poblado – a una altitud que rondaría los 1.600 metros, en una comunidad que cultivaba cereal y otros vegetales, que pastoreaba y que cazaba, dejándonos el rico legado de sus restos y sedimentos, un libro que los arqueólogos comienzan ahora a leer con detenimiento.
Preguntamos a Armengol si Coro Trasito estaría poblada por una población marginal, empobrecida, sobre todo en comparación con las asentadas en los cómodos valles. Del análisis de los materiales encontrados – nos responde - no se puede deducir un menor nivel económico ni de conocimiento con respecto a otros asentamientos neolíticos de la región. Cerámicas, tallas de piedra y de hueso son en todo equiparables a las contemporáneas encontradas en altitudes inferiores. También comerciaban con productos muy variados, como lo demuestran el sílex de algunas de las láminas, que procede de canteras situadas en el valle del Ebro, a más de 130 kilómetros de distancia, o las cuentas de collar de conchas marinas procedentes del Mediterráneo.
El gran abrigo aún atesora mucha información. Las capas de estiércol – fumier le dicen - se muestran nítidas y en paralelo, como las hojas de un libro dispuesto a ser leído y que permite la datación exacta del contenido de cada una de sus páginas.
¿Dónde obtenían el agua para el consumo humano y animal? En un abrigo de dimensiones reducidas, abierto junto al gran asentamiento, puede encontrarse el manantial que abastecería a las familias de Coro Trasito y sus rebaños. Así lo piensa Javier Clemente, que argumenta la total ausencia de estiércol de la covacha. Los animales tendrían prohibida la entrada, para no contaminar el venero con sus excrementos. Unos muros megalíticos lo protegen por uno de sus francos, y, la verdad, es que tiene todo el aspecto de ser un desecado manantial bajo roca. El agua y la protección del abrigo explicaría el porqué de la población neolítica tan inesperada de Coro Trasito. Una de las hipótesis que manejan los arqueólogos es la de que esta cueva-manantial pudo haber sido utilizada como necrópolis, como evidenciaría una mandíbula infantil localizada en un somero sondeo sobre una parte elevada y no anegada del interior. Pronto lo excavarán para despejar las incógnitas que aún pesan sobre el pequeño abrigo lateral.
El prolongado periodo de ocupación exigió, necesariamente, de una cercana necrópolis – en aquellos tiempos era frecuente el uso de cuevas para estos menesteres – aunque, hoy por hoy, aún no se ha localizado. Bien sea en la cueva-venero o en alguna covacha clausurada y desconocida, los restos de las familias neolíticas que habitaron el lugar aguardan todavía, pacientes, el reencuentro con sus descendientes actuales, tras miles de años de oscuridad, soledad y olvido.
Toca descender. Y mientras nos dirigíamos hacia los vehículos, reflexionamos sobre la asombrosa capacidad de adaptación de los humanos, que desde la orilla del mar a las altas montañas supimos establecer asentamientos y moradas, para aprovechar los recursos que nuestro ingenio y la madre naturaleza nos proporcionaron, atenciones que hoy, en la soberbia de nuestro desarrollismo, deberíamos devolverle.
Los quebrantahuesos, desde las alturasde su altiva indiferencia, nos despiden. Saben que los humanos van y vienen, pero que ellos permanecen. Innegables reyes de las alturas, supieron vivir mejor que nosotros, desde siempre, entre aquellos riscos colosales.Que su silueta nunca desaparezca de sus limpios cielos y bravas peñas.
Manuel Pimentel Siles.