Tartessos, Tarteso o Tarsis, la antigua civilización o ciudad cantada por la Biblia y las epopeyas griegas, y buscada infructuosamente por Schulten bajo las arenas de Doñana, sigue siendo un misterio. Existirexistió, desde luego, como atestiguan tesoros y restos arqueológicos. Hace ya tiempo que dejó de ser un mito para convertirse en materia científica, arqueológica e histórica.Pero, aunque el buen hacer de nuestros arqueólogos haya iluminado tinieblas y alumbrado desconciertos, aún nos queda mucho por conocer. Por ejemplo, la respuesta a la pregunta esencial, ¿qué fue Tarteso? Para unos, gentes fenicias, con su cultura y comercio, que se instalaron en un suroeste peninsular, relativamente despoblado y atrasado. Para otros, una cultura autóctona, rica y avanzada, que bebió de su espectacular pasado calcolítico, abierto al comercio con fenicios, griegos y otras gentes del mar. Y, para completar la visión, están los que creen que nace de la interacción de esos dos mundos, el autóctono y el fenicio. Planteado queda, pues, el dilema existencial, que tanto ocupa y preocupa a nuestros expertos y estudiosos. Que la ciencia decida, nosotros a lo nuestro, que es divulgar el conocimiento que hasta ahora atesoramos y acercar Tarteso a nuestros días.
Y si existe un lugar emblemático para conocerlo, ése es Tejada la Vieja, un clásico para nuestra arqueología tartésica, conjuntamente con el Carambolo, cortijo de Ébora, Asta Regia y la Aliseda. Tejada la Vieja ha resultado tan citada, que teníamos la sensación que se trataba de un yacimiento agotado, que había proporcionado toda la información que atesoraba y que poco más podíamos descubrir en él. Pues estábamos equivocados. Nuestra visita nos abrió los ojos. Se trata, en verdad, de un importantísimo y singular yacimiento, del que apenas si hemos excavado nada, y que custodia una información fundamental para comprender la esencia, la vida y la economía de las gentes tartesias que nos precedieron.
Viajamos a Tejada la Vieja el 12 de agosto de 2024 desde Alájar, pueblo de la Serranía de Huelva cuya toponimia remite a peña, roca, en árabe. Y bien bautizada queda la localidad, pues sobre ella se ubica, retando las leyes de la estática y de la gravedad, la imponente Peña de Arias Montano, así conocida en honor del polímata Benito Arias Montano, aquel sabio que dirigiera las traducciones de la Biblia Regia o Biblia Políglota de Amberes por deseo de Felipe II, quién también le encargó el organizar la gran biblioteca de El Escorial. Un tipo asombroso, que dominaba lenguas muertas y vivas, y que poseía una apabullante erudición. Se retiró durante unos años a las soledades Peña de Alájar, con sus manantiales y cavernas, para estudiar a fondo las Sagradas Escrituras, en las que aún permanece su evocación y recuerdo.
Pues desde esas soledades místicas nos dirigimos al corazón de nuestra protohistoria, Tejada la Vieja. No conocía la carretera que une El Castillo de las Guardas con Aznalcóllar. Más de treinta kilómetros de carretera estrecha y con mil curvas que nos llevó más de tres cuartos de hora de camino. De los pueblos del jamón de bellota, a los de la minería ancestral. Al final del recorrido, Aznalcóllar destacaba sobre un cerro, con la silueta inconfundible de las ciudades antiguas encaramadas sobre lomas visibles desde la distancia. Sabe dios la riqueza arqueológica de sus entrañas. Pero las noticias mandan y, desgraciadamente, el nombre de Aznalcóllar aparece vinculado para muchos a un desastre ecológico de un ayer ya superado. Un desgraciado accidente, la rotura de una balsa, arrastró sedimentos mineros contaminantes a través del río Guadiamarhasta alcanzar el Parque de Doñana. Suceso ya superado, como decíamos, gracias al cual se amplió y reforestó las orillas y márgenes del río para crear un pasillo verde que uniera sin ningún tipo de impedimento los ecosistemas de Sierra Morena con las marismas del Guadalquivir. Ojalá Aznalcóllar sea conocido a partir de ahora y por siempre por sus valores reales, los de una minería ancestral - que conformaría el carácter de sus gentes extraordinarias -, y por los de su riqueza arqueológica y ambiental. Que así sea.
Tomamos la carretera de Aznalcóllar a Escacena del Campo, en cuyo término municipal se ubica el yacimiento. Una indicación nos marca el desvío a la derecha y un carril de tierra - al parecer la Cañada Real del Arrebol -, en bastante buen estado, nos conduce hasta Tejada la Vieja tras recorrer algo más de dos kilómetros en leve ascenso entre los rastrojos agostados. Una cancela marca la llegada al recinto cercado. Estamos en la parte alta de un cerro suave hacia su cara sur, por la que hemos accedido. De ahí, la necesidad de las poderosas murallas que advertimos cuando aún no hemos accedido al recinto. Nos recibe la profesora de la universidad de Huelva, arqueóloga y directora del proyecto, Clara Toscano, con su amabilidad y sabiduría, dispuesta a compartir el mucho conocimiento que atesora, lo que le agradecemos sinceramente.
Tejada la Vieja se construyó sobre un cerro amesetado, protegidos en casi todo su perímetro por hondos barrancos, situado en un lugar estratégico y desde donde se divisa un amplio paisaje. Desde sus alturas se contemplan los caseríos encalados de Aznalcóllar, Paterna del Campo y Escacena del Campo, palomas blancas posadas sobre elevaciones de geografía azarosa y tiempo. La elección del lugar fue acertada. El yacimiento se encuentra en una serie de mesetas unidas, delimitadas por profundas pendientes y barrancos en tres de sus lados y una poderosa muralla en el restante, que la hizo fácilmente defendible. En efecto, a lo largo del tiempo, la erosión del arroyo Barbacena, además de caprichosos meandros, hendió unos grandes barrancos, que cortan la meseta de Tejada la Vieja tanto al norte como al este, límite del término de Aznalcóllar, ya en Sevilla. El hondo barranco del arroyo Sequillo de Tejada protege el este del cerro. La meseta de Tejada es inaccesible, pues, por tres de sus cuatro lados. Solo restaba fortificar la cara sur para quedar por completo protegidos y vive dios que a ello se emplearon a conciencia. Los restos de muralla aún imponen. El muro de grandes piedras se alza amenazador a nuestro frente, con cuatro metros todavía de altura y una longitud conocida de más de mil seiscientos metros. Dado que esa muralla tendría un remate superior de tapial, su altura total sobrepasara las siete u ocho metros, reforzada por torreones y contrafuertes. A ver quién era el guapo que se animaba a conquistarla. Su técnica constructiva nos resulta bastante conocida. La muralla está conformada por sendos muros de piedra en su cara exterior e interior, rellenado el hueco que queda entre ellas con piedras, barro, cal y restos de cerámica, lo que le concedía una gran robustez y resistencia. A las pruebas no remitimos, ya que ahí sigue, erguida y orgullosa, casi dos milenios y medio después de su abandono.
Y una curiosidad botánica. Se conoce el recorrido de los tramos aún enterrado de la muralla por el alineamiento de palmitos que crecen sobre los restos. ¿Y por qué ese amor de los palmitos, única palmera autóctona de la Península ibérica, por la antigua muralla? Pues por una razón edáfica. El palmito prefiere los suelos básicos a los ácidos de las estribaciones de Sierra Morena. Los escombros de la muralla se proporcional la cal que precisan y por eso crecen sobre ellos, y no sobre el resto del terreno que los circundan.
Ya que conocemos las razones geográficas, debemos abordar la razón de ser de la ciudad, que se conjuga con el tintineo de metal de la plata. La riqueza minera de la zona precisaba de un lugar seguro y estratégico para reagrupar y redistribuir el mineral. No se trata, pues, de una ciudad minera, sino metalúrgica y comercial. También logística, en terminología actual. No existen grandes hornos, ya que se trataba de hacer una primera depuración del mineral. Así podrían transportarlo hasta el mar con menor peso de carga, pero sin el riesgo de los robos que conllevaría la plata ya depurada. Quién quita la tentación, evita el pecado. Los grandes hornos de depurado final se encuentran junto al mar, como en Almonte, en el conocido como yacimiento de San Bartolomé, o en Huelva capital, por ejemplo, al menos en dos yacimientos, el de la calle Puerto, bajo la antigua delegación de Hacienda o el de la calle Botica. Una inteligente y segura logística, como decíamos, que nos habla de la inteligencia organizativa de aquellas antiguas gentes del suroeste.
Las primeras excavaciones de los setenta determinaron una superficie urbana de seis hectáreas y media. Posteriores trabajos arqueológicos ampliaron esta superficie hasta las once hectáreas. Precisamente, en esta nueva área descubierta - también una submeseta amurallada y anexa a la anterior -, se ubicaron los talleres metalúrgicos, como apunta la gran cantidad de escoria localizada. Este barrio de la plata se sitúa a sotavento de la zona residencial, que quedaría, así, protegida de la contaminación de sus humos por los vientos dominantes. Este barrio metalúrgico se ubica en una zona con cierta pendiente, más baja que la meseta superior, menos habitable, pero bien defendible. Lo dicho, sabían bien lo que tenían entre manos.
Tuvo que desarrollarse una prolongada actividad metalúrgica. Las abundantísimas escorias se utilizaron como material de construcción, como fácilmente apreciamos en los muros de las edificaciones. Esta escoria – de turrón o de sílice libre - ha arrojado también una importante información. Al analizarlas sorprendió su riqueza en cobre. ¿Qué significa? Pues que a los tartesios lo que de verdad le interesaba era la plata, rechazando el cobre con el que geológicamente aparece asociada. Estas escorias, omnipresentes en el yacimiento y alrededores, se convirtieron, además, en el mejor guardián de sus riquezas arqueológicas y lo salvaron del frecuente expolio sistemático. ¿Por qué? Pues porque su riqueza en metal volvía locos a los detectores usados por los expoliadores. O, sea, que al igual que decimos que del cerdo, hasta los andares, podemos afirmar que, de la minería, hasta sus escorias.
Y dos últimos datos curioso. Por una parte, que la plata de Tejada la Vieja procedía de las cercanas minas de Aznalcóllar, como era de esperar. Pero la sorpresa salta en la plata localizada bajo el suelo de Huelva, que también procede de Aznalcóllar, en vez del esperado origen de la cuenca minera de Río Tinto, quién sabe por qué. Por otra, que parece que la técnica de fundición y tratamiento del mineral usada en Tarteso era diferente a la usada en las ciudades fenicias del Mediterráneo oriental, tema todavía en estudio pero que nos parece relevante.
Pero además de su riqueza metalúrgica, un sorprendente descubrimiento nos muestra otra fuente de riqueza… y de placer. ¿Cuál? Pues nada más ni nada menos que la del vino. Las primeras excavaciones descubrieron, en una zona bastante céntrica, dos estructuras circulares de piedra unidas, que se interpretaron como silos de cereales. Pero su disposición y un murete en pendiente que las une con una edificación aneja ha permitido postular al equipo de Clara Toscano el que nos encontraríamos, en verdad, ante dos decantadores del mosto que caería por gravedad de la anexa nave donde se pisaría la uva. Realmente interesante esta tesis. Será la posterior excavación de los decantadores y la analítica de sus recubrimientos la que confirmará, o no, la hipótesis formulada. Desde luego, lo visto apunta más al uso vitivinícola que al de almacenamiento de cereal, pero hasta que no se confirme, no debemos lanzar las campanas al vuelo.
La ciudad nació a finales del siglo IX aC y su vida se alargaría hasta el V a.C, quizás hasta finales del IV a.C. No se aprecian señales de asedio ni de incendio, por lo que el abandono hubo de ser progresivo y voluntario. Todavía no se ha profundizado en la excavación, por lo que no se puede determinar con seguridad la antigüedad real. Las excavaciones de laDiputación de Huelva sacaron a la luz los restos de varias edificaciones de los siglos VI y V antes de Cristo. El descubrimiento en alguna cata de cerámica bruñida de finales del bronce permitió postular que su fundación debía remitirse, al menos, al siglo IX antes de nuestra era. El nuevo proyecto de investigación determinará con mayor precisión la vida real de la ciudad y sus posibles raíces, o no, en el bronce o en el cobre.
Precisamente delimitación en el tiempo es el que otorga un valor diferencial al yacimiento urbano. Es el único, quizá junto al de Alcorrín, que quedó por completo sepultado, sin prolongación ni ocupación posterior. Una auténtica cápsula del tiempo, vamos, quinientos años de nuestra protohistoria tartésica enterrados intactos bajo el suelo aguardándonos pacientes. Una auténtica joya arqueológica.
Aunque científicamente Tejada la Vieja fue descubierta en 1974, por el profesor Blanco, de la universidad de Sevilla, sus ruinas, en verdad, se conocían desde antiguo. El pueblo nunca perdió la memoria urbana de aquel cerro dominante del campo de Tejada. De ahí el apelativo de la Vieja, frente a Tejada la Nueva, que la sucedería. Tenemos textos que hablan específicamente del lugar, como el de Juan Aurioles, párroco de Paterna del Campo, que escribió a finales del XVIII para la enciclopedia de Tomás López. El buen párroco cita a Tejada la Vieja como las ruinas de una ciudad que tuvo que ser grande y rica, dedicada a la explotación de las riquezas mineras de la vecina Sierra Morena. Cree que tuvo reedificación romana y cita la leyenda de que los antiguos hebreos llegaron hasta allí, el reino de Tarsis, en busca de plata para el templo del rey Salomón. No anduvo descaminado el buen párroco, al anticipar la naturaleza tartésica del lugar.
Posteriormente, Silverio Escobar publicó a sus expensas, en Sevilla, en 1910, su libro Noticia Histórica de la Villa de Escacena. De nuevo describe el lugar, la forma de su meseta, sus ruinas y restos de muralla, desde las que podrían defenderse arrojando grandes piedras y, también, proyectiles de honda. Asocia el lugar con el comercio de los fenicios, se refiere a algunas cistas y urnas funerarias localizadas por los lugareños. Como curiosidad, se refiere a las miserables condiciones de vida miserables de sus habitantes, deducidas por las ruinas de las chozas que apreciaba superficialmente.
A lo largo de los siglos V- IV a.C., seguramente debido a una crisis del comercio minero, la ciudad se va despoblando. Al parecer, la población se desplazó hasta un lugar cercano de la campiña, fundando lo que conocemos como Tejada la Nueva– probablemente la posterior Itucci romana -, que también resultaría abandonadadespués decasi mil quinientos años de ser habitada, convirtiéndose en pasto de arqueología. Se conocen restos romanos – como un sarcófago de plomo o una vivienda con mosaico –así como una muralla almohade. Además de la crisis minera, el nuevo trazado de un importante ramal de la Vía Augusta, la principal arteria de la Bética romana, favoreció la nueva ubicación, al transcurrir junto a ella. El yacimiento de Tejada la Nueva se encuentra en la actual aldea de Tejada, perteneciente al término municipal de Escacena del Campo. Curioso paralelismo el dos ciudades arqueológicas íntimamente asociadas, en relación de madre e hija. La sabiduría popular las bautizó como la Vieja y la Nueva, como para atestiguar su reconocimiento a tan nobles y antiguos linajes.
Siempre me llamó la atención el fenómeno de las ciudades sin nombre, de las que, tan solo en Andalucía existen centenares. Y es que, si nos preguntaran por ciudades perdidas, las asociaríamos a la Mesopotamia, los Andes o el Yucatán, sin reparar que habitamos en la tierra de las ciudades sin nombre. ¿Cómo denominarían los tartesios a las ciudades que habitaron? ¿Cuáles serían sus gentilicios? Buceando por internet, sin otra fuente que lo contraste, encuentro que el investigador jerezano Francisco Jordi considera que Ilbitugir fue el nombre tartésico original de Tejada la Nueva y Elibyrge el de Tejada la Vieja. Quién sabe, quede aquí como una curiosidad digital de interés al caso.
Veamos el fruto de la primera fase de las excavaciones celebradas en 2004. Como preparación, durante las campañas de 2017 y 2018 se realizaron trabajos de prospección geofísica sobre unas dos hectáreas del yacimiento, realizados por una empresa alemana especializada. Se advirtió, entonces, unas estructuras singulares en la parte más alta, que sería el objetivo de la excavación del equipo de Clara Toscano, que siempre cuenta con la opinión de su maestro Juan Campos. Por la forma y la ubicación se trabajó con la hipótesis de que pudiera tratarse del templo fundacional, dada, también su orientación este-oeste, orto y ocaso. Tras la primera fase de la excavación, parece que la hipótesis se valida, por la clásica forma tripartita, por el suelo enlosado de pizarra – lo que no ocurre en las otras edificaciones excavadas – y por las dos grandes vasijas todavía enterradas que delimitarían la entrada al sancta sanctorum. El edificio fundacional se encuentra en el punto más elevado de la ciudad – una especie de acrópolis - bajo el que la geofísica había descubierto los trazados de una edificación singular. Se retomará la excavación en este otoño para confirmar la hipótesis y se realizará un sondeo para tratar de alcanzar el nivel basal y conocer así las cronologías más antiguas.
Conozcamos la intrahistoria de las excavaciones realizadas, información siempre muy relevante. En la década de los setenta, Antonio Blanco y Beno Rothemberg, que recorrían la sierra de Huelva para estudiar su arqueometalurgia, decidieron hacer unos primeros estudios arqueológicos dentro de las murallas de la ciudad. Por vez primera se conocieron trazas de su urbanismo. Realizaron un corte sistemático para comprenderlo mejor. Tejada la Vieja se convertía, por vez primera, en objeto de investigación arqueológica, cuyo resultado sería incluido en la publicación de 1981 Exploración arqueometalúrgica en Huelva, base para la comunidad científica interesada en la materia.
A continuación, tomaría el relevo el arqueólogo Jesús Fernández Jurado, al frente de un equipo de la Diputación de Huelva. Consiguió que la institución provincial adquiriera los terrenos del yacimiento inicial. Tras un año de preparación, comenzaron a excavar en 1983, trabajos que se prolongarían a lo largo de toda la década de los 80, menguando en los noventa. Este periodo arrojó luz sobre las edificaciones, sus usos, la relación con el entorno y, sobre todo, pusieron Tejada la Vieja como uno de los principales yacimientos tartésicos, aportando información valiosísima para su conocimiento. Tejada la Vieja se convirtió en un clásico indispensable sobre la materia, como bien comentamos al inicio de estas líneas.
En 2007, Tejada la Vieja fue declarada Bien de Interés Cultural. Pocos años después, la diputación cerraría el servicio de arqueología, con lo que el yacimiento quedó relativamente olvidado. Pronto, ese abandono se hizo notar. Alguien cortó las cercas y el ganado pastaba libremente en su interior. Afortunadamente, en 2013, la Diputación de Huelva firmó un convenio con la universidad de Huelva, para que a través del grupo de investigación Urbanitas se hiciera cargo de los trabajos arqueológicos y de la conservación de los mismo. Clara Toscano se convierte en la directora del proyecto. Urbanitas, a su vez, firmó un convenio con el ayuntamiento de Escacena, que aporta la mano de obra necesaria para la excavación. Durante las primeras faenas de limpieza de este periodo se encontró un betilo en una de las edificaciones ya excavadas anteriormente, cercana a lo que hemos considerado como templo fundacional, que fue depositado en el museo de Huelva en 2016.
Tenemos proyecto para rato y en buenas manos, además. De manera complementaria al prioritario esfuerzo investigador, se pretende divulgar el lugar y los conocimientos adquiridos. Los habitantes de Escacena del Campo si sienten muy comprometidos y vinculados con el yacimiento, y los miembros de su Asociación Cultural Scatiana, formados por los arqueólogos, organizan visitas guiadas al yacimiento y, en 2023, unas primeras jornadas tartésicas.
Dado que ahora sabemos que el yacimiento es mayor del inicialmente estimado, recomendamos a las administraciones que adquieran una superficie suficiente como para proteger las once hectáreas ya conocidas y sus alrededores, en previsión del hallazgo de la necrópolis que debe encontrarse bien cercana, sin que hasta ahora haya sido expoliada.
Qué equivocados estábamos al pensar que Tejada la Vieja ya había dicho todo lo que tenía que decir. Al contrario, se trata de un yacimiento prácticamente virgen, dado lo poco excavado todavía, que nos proporcionará grandes sorpresas y alegrías durante estos próximos años de excavación. Deseamos la mayor de las suertes al grupo de investigación que tanta responsabilidad contrae con el conocimiento tartésico. Seguiremos con toda atención e interés sus trabajos y descubrimientos.
Escacena, además, es famosa por sus garbanzos. Dicen los viejos del lugar que los mejores se criaban en los altos de Tejada la Vieja, cuando todavía se cultivaba. Pues dado que no solo de arqueología vive el hombre, no dejamos pasar la oportunidad de comprar esos garbanzos bendecidos en el economato de la cooperativa local, Campos de Tejada. Y ya, eso sí, con nuestras legumbres en la mano, nos despedimos de Clara Toscano. Ella marchaba a la playa, nosotros a la sierra. Alájar nos aguardaba de nuevo. Detrás quedaba una mañana de honda evocación tartesia que recordaremos.
Y Tejada la Vieja queda, con sus piedras y secretos, a la paciente espera de la piqueta y de la ciencia de esos arqueólogos que habrán de responder a las muchas preguntas que aún pesan sobre nuestro Tarteso histórico.
Manuel Pimentel Siles