Grabábamos en Antequera, la inagotable, un programa sobre sus megalitos, cuando voces muy autorizadas nos recomendaron visitar un yacimiento cercano, una covacha en Casabermeja donde se excavaba una necrópolis calcolítica recién descubierta. Para allá fuimos una mañana luminosa de enero sin ser conscientes de la sorpresa que nos aguardaba.
La primera resultó ser el propio nombre del lugar, nada más ni nada menos que Piedras de Mitra. Por multitud de experiencias previas, sabíamos que las toponimias encierran, con frecuencia, el rastro oculto de un pasado desconocido. La sabiduría popular sabe guardar memorias perdidas que la ciencia desconoce. Por eso, un buen arqueólogo siempre debe prestar atención a esos nombres que a veces anuncian a quien sepa interpretarlas el tesoro arqueológico que ocultan. Piedras de Mitra, una toponimia mil veces pronunciado por los habitantes del pueblo, desconocedores, por completo, de que en cada ocasión que de sus labios mentaban a Mitra invocaban a una deidad mistérica, importada por Roma de la Persia secular. Pero, ¿desde cuándo se conocía como Piedras de Mitra el lugar? Pues parece que desde bien antiguo, dado que ya aparecen así reseñadas en un mapa dibujado por un párroco del siglo XIX. Desde luego, merecería la pena ahondar en la investigación de ese nombre, dado que probablemente resultara inspirado por la reverencia o por la carga religiosa o espiritual del lugar, enrizadas en creencias y memorias populares remotas. Curiosamente, muchos otros hitos geográficos que las circundan tienen inspiración o evocación religiosa: puerto de los Angelitos, monte de la Cruz, monte del Calvario, cerro de Buenaventura. ¿Casualidad? Quién sabe. Pero toda persona curiosa hace bien en reseñar estas concomitancias porque, sin duda alguna, algo quieren indicarnos.
Las Piedras de Mitra conforman un cabezo de margas calizas paleozoicas que coronan el pueblo, en las cercanías de la ermita de la Virgen del Socorro. Posee unas vistas magníficas que alcanzan hasta la lejana Sierra Nevada, cubierta por un manto blanco durante nuestra visita. Está conformado por grandes piedras de formas redondeadas y, a veces, caprichosas. Una carretera transcurre a menos de cien metros de la cresta, por lo que el lugar es bien visible, conocido y concurrido desde siempre por los habitantes de Casabermeja. Dadas su curiosa conformación y su cercanía al pueblo, constituía un escenario ideal para los juegos de la chiquillería, que transformaba aquellos bolos pétreos en castillos a los que proteger o asaltar. Pero lo que nadie podía figurarse era que, en su seno, se custodiaban los enterramientos de una remota población de hace más de cinco mil años. Como cualquier otro yacimiento, su descubrimiento fue casual. Un grupo de escaladores que solían hacer prácticas en esas piedras, comenzaron a mover tierra para instalar el arranque de apoyos. Para su sorpresa, unos huesos que les parecieron humanos emergieron de la tierra rojiza. Llamaron de inmediato al ayuntamiento, y Yolanda González Guerrero, la concejal de Cultura, pensó que se tratarían de huesos recientes, quién sabía si de la Guerra Civil. Sabiamente, puso en marcha el protocolo de policía forense, pero el consiguiente hallazgo de una ollita cerámica, evidentemente prehistórica, derivó el asunto a una intervención arqueológica de urgencia, dirigida por Andrés Fernández Martín, liderando un equipo que también cuenta con la participación de Cristóbal Alcántara Vegas. Y, nada más comenzar la excavación, se confirmó la riqueza e importancia arqueológica del yacimiento.
Hasta el momento de nuestra visita se habían descubierto cinco enterramientos calcolíticos en la covacha, todos ellos con su correspondiente ajuar de hachas de piedra, cerámica, alguna lámina de sílex e, incluso, una hachita de cobre, lo que permitió predatar los enterramientos en el calcolítico. También confirmó de que se trataban de gentes con posibles, pues el cobre era un material caro por aquel entonces. El simple reconocimiento en superficie de las zonas de las Piedras de Mitra muestra otras posibles covachas que bien pudieran haber sido utilizadas también como enterramientos, lo que confirmaría el lugar como una amplia necrópolis de la prehistoria, con, al menos, 5.000 años de antigüedad. En el proyecto de investigación en curso se proponen prospectarlas, para así dimensionar la magnitud del hallazgo, que puede superar cualquier valoración previa realizada.
Tras dar una vuelta por el lugar, no sólo se observan posibles covachas, sino también grandes piedras que parecen movidas por el azar geológico, o, quién sabe, por manos humanas. Me permito sugerirle que podríamos estar ante un enorme megalito natural, esto es, un híbrido entre lo natural y lo artificial, una enorme arquitectura geológica algo modificada por los humanos para constituir, en verdad, un gran megalito. Quién sabe. Aunque todavía no se documenta arqueológicamente, me ha parecido encontrar grandes estructuras de este tipo en otros yacimientos aún no excavados. Si así se confirmara, se abriría la puerta al conocimiento de una nueva expresión megalítica, que supongo más extendida de lo que hasta ahora creemos.
Piedras de Mitra, por tanto, podría constituir un monumento en su conjunto, magníficamente situado y visible desde la distancia, dominando el cauce del río Guadalmedina, paso natural desde el interior hasta la costa, justo en el punto donde se adentra en los Montes de Málaga, atravesados por la caligrafía caprichosa de sus mil meandros. El lugar también se encuentra relacionado con otro punto geográfico, paisajístico y geológico muy singular, el conocido como Los Tajos, un alto cortado de calizas bermejas – quizás de ahí el nombre del pueblo, Casabermeja – con una fuerte impronta visual. La covacha mira a esas crestas, bien visibles desde su cara sur cuando se asciende por la carretera de Málaga. Todo el lugar nos habla de una comunicación estrecha entre los caprichos de la geología y su adaptación humana. Pronto, a buen seguro, la arqueología desvelará la partitura de la sinfonía a la eternidad que componen en simbiosis.
Casabermeja posee un rico patrimonio histórico y arqueológico. Más allá de su archiconocido cementerio y de su torre atalaya nazarí de Zambra, en su término se encuentran varios dólmenes y las espectaculares pinturas esquemáticas de Peñas Cabrera. Asimismo, en las cercanías de Piedras de Mitra, en el Monte Calvario, visible desde el yacimiento, se descubrió hace un tiempo un enterramiento calcolítico en covacha, lo que nos hablaría de una amplia población, quizás asentada en Cerro García, tal y como aventuran algunos arqueólogos.
La riqueza arqueológica del municipio se basa en su disposición estratégica entre los montes de Málaga y las llanuras del interior, así como sus tierras de cultivo en el Campo de Cámara, compartido con el vecino Colmenar y antigua reserva cerealística de la ciudad de Málaga. Pero, más allá de su patrimonio arqueológico, Casabermeja ha sido conocida por su cementerio de San Sebastián, uno de los más singulares y hermosos de Andalucía, erigido a finales del XVIII y considerado como Bien de Interés Cultural y objetivo de ese curioso turismo funerario que gusta de pasear por los camposantos y tumbas. Y, curiosidades – o no, quién sabe – del destino, el actual cementerio judío de la provincia de Málaga también se erigió en su término municipal. El descubrimiento de la necrópolis prehistórica de Piedras de Mitra consagra su íntima relación con la muerte y con los monumentos funerarios para transmutarse en el pueblo de los cementerios hermosos, que igual belleza adorna al histórico que al prehistórico.
Los ritos de la muerte consagraron e Casabermeja la curiosa tradición de la Ureña, celebrada cada año en el día de los difuntos, por la que los monaguillos iban de casa en casa pidiendo la Ureña a los vecinos, una limosna en forma de alimentos, que en parte se depositaban en las tumbas del templo funerario y en otra parte era consumida por los monaguillos que se que turnaban en el campanario para doblar en las campanas el toque de muertos durante las veinticuatro horas de cada día 1 de noviembre. Costumbre secular ahora arrinconada por el barbarismo comercial del Halloween importado.
Pero quizás por aquello de los muertos al hoyo y los vivos al bollo, terminamos la jornada en una reducida comida en una venta situada en la carretera de Málaga desde la que, ¿casualidad?, se aprecian Los Tajos que dialogan con las Piedras de Mitra. Nos marchamos con las alforjas repletas de sorpresa y emoción. Regresaremos al yacimiento, sin duda, para conocer los avances de la excavación. Debemos agradecer y animar al ayuntamiento de Casabermeja a que continúe apostando por la investigación, conservación y puesta en valor de su enorme patrimonio arqueológico. Y le agradecemos su empeño conjunto en la persona de su teniente de alcalde, Pedro Hernández González, que en todo momento volcó su amabilidad y atención con nosotros.
Casabermeja, el pueblo de los cementerios hermosos, supo, desde siempre, honrar a sus antepasados. A los históricos y también a los prehistóricos, ocultos durante miles de años bajo unas rocas que, sabia y misteriosamente, bautizó como Piedras de Mitra.
Manuel Pimentel Siles