Cuando el gran arquitecto, escritor, teórico y escultor suizo, luego nacionalizado francés, Le Corbusier visitó el Dolmen de Menga durante la década de los 30 del pasado siglo – procedente de La Alhambra - firmó en el libro de visitas del monumento, dedicando sus palabras a “los ancestros arquitectos”. Por estas casualidades de la vida, la UNESCO reconoció la obra del gran artista y pensador como Patrimonio de la Humanidad, el mismo día que tal consideración fue otorgada a los Dólmenes de Antequera. Aquel 16 de julio de 2016 en la siempre amada y soñada ciudad de Estambul.
En el siglo XIX, Mitjana, también arquitecto, había sido contratado en Antequera para construir la plaza de toros (de grandes recuerdos para los curristas, paulistas y antoñetistas) cuando fue invitado a visitar “una cueva” en las proximidades. Al traspasar el umbral de Menga tuvo claro que aquello era obra de lejanos alarifes y preclaros ingenieros.
Parece una explicación tautológica, pero no es así. Hasta mediados del siglo XIX, se consideraba que Menga era obra de Dios. Los letra heridos decimonónicos eran en su mayoría eclesiásticos y la Prehistoria no era más que el prólogo antediluviano de la Biblia, para aquellos señores que ocupaban canonjías y que tenían el acceso prioritario al conocimiento. En las tardes de chocolate caliente del Cabildo, se dictaminó que era mejor no visitar Menga, ya que allí se habían practicado sacrificios. A veces, la ignorancia se refugia en las leyendas y los mitos, quizá con más frecuencia de lo que creemos.
Así que fueron los arquitectos los que reclamaron una obra muy humana, aunque parezca de gigantes, para los constructores de espacios, si se nos permite la expresión. Todo esto me lo contaba hoy Bartolomé Ruiz, Director y gran impulsor del Conjunto Arqueológico Sitio de los Dólmenes de Antequera, delante de un ventanal del nuevo museo. Al pie del transparente cristal que nos ofrecía una panorámica ensoñada de Menga.
Sospecho, que con el nuevo Museo del Conjunto Arqueológico se ha rendido un más que notable tributo a los arquitectos, en uno de los primeros lugares que vio nacer la arquitectura.
Menga lleva casi seis mil años en pie y guarda más de un secreto por año. Los arqueólogos se afanan por descorrer cada uno de sus velos, y lo van consiguiendo.
El nuevo museo ha sido concebido para explicar los porqués. Porque la ciencia y el conocimiento están para compartirlos. Los arqueólogos y otros expertos van acumulando informaciones con un fin: contarlo. Es – ya que estamos taurinos y distendidos – como lo de Dominguín y Ava Garder. Boutades aparte, esta es una gran verdad: el objetivo de la ciencia es su difusión, o al menos uno de sus objetivos de podio.
Si aceptamos que la arquitectura es la creación de un espacio, hoy he visitado el nuevo Museo del Conjunto en su mejor momento: la obra está finalizada y vacía. ¿Qué mejor periodo para comprender los propósitos de sus impulsores y arquitectos?
Claro, que jugaba con ventaja, al ir acompañado por Bartolomé que se ha afanado en explicarme cada espacio y en hacerme imaginarlo cuando esté con su contenido expositivo. Y no sólo eso: hemos recorrido las salas de “máquinas”.
Porque un edificio, una arquitectura, es un todo, y como tal han concebido el nuevo Museo del Conjunto Dólmenes de Antequera. Su inteligencia de adaptación al entorno – destacando su techo vegetal y las láminas de agua – y el incremento de la vegetación autóctona y una despejada visibilidad, lo sitúan en las coordenadas de un nuevo ecosistema.
Los autores han otorgado, igualmente, contemplación a los grandes hitos paisajísticos y monumentales desde el interior del complejo, dosificando todas las sensaciones en una ruta preconcebida. Y perfectamente sincronizada – me atrevería a decir. La observación de la Peña, la Vega y sobre todo de Menga, me ha recordado la vista del Gran Basamento de Teotihuacán desde el interior del museo – salvando las lógicas distancias y las odiosas comparaciones.
Siempre he pensado que cuando nos gusta algo es que habla la intuición. Y la intuición es un análisis rápido y experimentado. Creo que los visitantes del Conjunto Arqueológico Sitio de los Dólmenes de Antequera, cuando todo esté a punto, van a experimentar una visita muy diferente. Una experiencia en la que cada metro cobra sentido. Y que les va a gustar.
He tenido la suerte de ver nacer museos como el Picasso, el Pompidou, el Thyssen o el más reciente Museo Íbero de Jaén. Ahora viene a incorporarse una nueva instalación que estoy convencido de que va a ser más que una simple sala de exposiciones. Va a ser el corazón desde el que fluya una sangre cargada de conocimiento y cooperación. Este museo, tiene Ángel.
Manuel Navarro