Antequera, tanto hoy como ayer, se encuentra en el corazón de las Andalucías, donde los caminos de la costa se encuentran con el valle del Guadalquivir y donde la Alta Andalucía se abraza con la Baja. Cruce ancestral de rutas y sendas, sobre su solar se erigieron, hace más de seis mil años, los dólmenes más colosales de la humanidad. Sí, ha leído bien, porque Menga es el mayor dolmen construido en fechas tan remotas. Por eso, los romanos, asombrados ante obra tan descomunal, bautizaron el lugar como Antikaria, la ciudad de los antiguos, en honor a aquellos remotos arquitectos que levantaron el asombro de sus dólmenes. Hoy, miles de años después, cada vez que pronunciamos Antequera, rendimos un inconsciente homenaje a aquellos constructores formidables que erigieron las primeras grandes catedrales de la humanidad y que, todavía hoy, nos admiran e intimidan.
Con toda justicia, y gracias al excelente proyecto presentado por los organismos e instituciones competentes, encabezados por Bartolomé Ruiz, los dólmenes de Antequera fueron declarados Patrimonio de la Humanidad, lo que impulsó su conocimiento, el número de visitas y su valoración internacional. Pues, bien, para celebrar el tercer aniversario de la declaración, se realizó la noche del pasado domingo un bellísimo y divulgativo espectáculo luminoso, en el que, gracias a la utilización de rayos láser, columnas de luz y de humo, se explicaron las orientaciones de los dólmenes de Antequera y la relación visual y física entre ellos. La salida del sol, el Torcal, la Peña de los Enamorados triangulan algebraicamente el espacio y las orientaciones de los megalitos antequeranos, según fue explicando Andrea Rodríguez, del Instituto Astrofísico de Canarias a medida que los rayos láser profanaban la oscuridad celeste. Emociona y sorprende el grado de conocimiento astronómico de nuestros ancestros neolíticos, capaces de calcular ciclos y horizontes astrales cuando por toda herramienta sólo disponían de piedras pulimentadas, madera y hueso. Este espectáculo/experimento ha sido un éxito, basado en una idea excelente, original y científica, que impulsa, aún más, la dimensión global de estos dólmenes excepcionales.
Menga, además de sus dimensiones colosales y su pozo perfecto en el corazón de su cámara, presenta una singularidad exclusiva y es la de su orientación peculiar. Normalmente, los megalitos se orientan hacia los astros, habitualmente a la salida del sol en equinoccios y solsticios. Pero Menga dirige su mirada hacia la montaña sagrada de Andalucía, la Peña de los Enamorados, en cuya base se encuentra un abrigo con pinturas rupestres neolíticas. Michael Hoskin, prestigioso arqueoastrónomo, estudió con detenimiento las orientaciones astrales de multitud de megalitos y destacó la excepcionalidad de Menga. Por eso, cuando el láser enlazó el gran dolmen con la Peña de los Enamorados, los miles de personas asistentes contuvieron su asombro y emoción. Los dólmenes no sólo se construyen con piedra, se erigen, sobre todo, con paisajes, emociones y relatos.
Sin saberlo, somos hijos del dolmen. Sobre nuestro suelo se erigieron miles de megalitos que, poco a poco, descubrimos y estudiamos. Los megalitos no son patrimonio exclusivo del mundo celta y de sus brumas misteriosas, sino, también, de nuestra Andalucía solar, donde se erigiera el mayor de todos ellos. Nuestra felicitación a los impulsores de la iniciativa de iluminar los cielos y las orientaciones de nuestras catedrales primeras, en especial a Bartolomé Ruiz por haber conseguido lo imposible, que la piedra prehistórica del dolmen cabalgara, ufana y orgullosa, sobre la astrofísica más vanguardista y puntera. Pasado y futuro que se abrazaron sobre uno de los centros del universo.
Manuel Pimentel Siles
Publicado en Andalucía Información el 16 de julio de 2019