Seguramente durante las muchas noches y madrugadas por las que transcurrieron las Guerras Púnicas, los protagonistas de tal contienda alzarían su mirada al cielo para encontrar alguna respuesta a sus cuitas. Es probable que - no sólo los guerreros - vivieran esta situación límite mirando hacia los astros, tratando de encontrar las respuestas que los alejara de la espada, la esclavitud o la pobreza.
El presentismo no es bueno para contar la Historia; no se deben mirar ni juzgar los acontecimientos con los ojos del presente. No obstante, los paralelismos - aún a riesgo de esparcir cierta confusión - pueden ayudarnos a comprender una situación, por ejemplo geopolítica. Así, las Dunkerke, Tobruk, Estalingrado o Pearl Harbour de la Segunda Guerra Mundial, habían sido Baécula, Ilipa, Metauro o Cástulo durante la Segunda Guerra Púnica. Y es que vamos a hablar de un conflicto "extra limes" de las grandes potencias de la época: Roma y Cartago.
La península ibérica se convirtió en uno de los grandes campos de batalla de este enorme conflicto. Los que se decidía en los senados de Cartago y Roma, antes de que se pronunciara la célebre, lapidaria y definitiva "Carthago delenta est", se llevaba a cabo en gran parte dentro del solar hispano. Los grandes generales: Aníbal, Escipión o Asdrúbal bien pueden ser vistos como los De Gaulle, Mc Arthur o Rommel del momento. Estrategas visionarios, héroes sin un más allá, audaces por cuna o por convicción, soldados de la noche y el amanecer. Fueron personas que decidieron la Historia, la Historia con mayúsculas. El mundo fue otro después las Guerras Púnicas. Todo quedó ya en manos la la hija del Lacio, de la ramera amamantada por Capitolina. Todo fue ya Roma.
Pero su crecimiento y fortalecimiento se produjo - en gran medida - en una península que se dividía entre los sofisticados íberos y tartessos (o sus herederos) del sur y el levante y el mundo celta y celtíbero.
¡Cómo olvidar los honderos baleáricos o los príncipes íberos que lucharon junto a uno u otro bando!
Quizás aquellos nobles no se percataron de la gran bestia que estaban alimentando cuando luchaban junto a las superpotencias de la época. Quizás no les quedó otra opción.
Al comienzo de la película " El gladiador" un óptimo le dice al general Máximo Décimo Meridio:
- Uno debe saber cuando es conquistado.
A lo que el general responde:
- ¿Tú lo sabrías?
Quizá en aquella Hispania - todavía Iberia - no había suficientes poderes fuertes, o tal vez los únicos con visión y capacidad de negociar fueron las Balbos de Gadir. El hecho es que la llegada de Roma, como demuestra el registro arqueológico, produjo un profundo fenómeno de aculturación.
Cuando uno piensa en los pobres campesinos que fueron expropiados por la fuerza por uno u otro ejército, por ejemplo en Baécula, como recogen las fuentes, siendo así condenados a la mayor de las pobrezas, a una vida en el filo de la espada; cuando uno trata de comprender esa agonía tan humana, se da cuenta de la fortuna de vivir en un mundo en paz y organizado. Pero las cosas, siempre pueden empeorar.
El próximo capítulo pretende dar una visión global del impacto de la Segunda Guerra Púnica en Iberia. Por desgracia, la irrupción de la COVID- 19 impidió que pudiéramos rodar en el Coliseo de Roma. Todavía recuerdo con tristeza la llamada de Jose Ángel Zamora, comisario de la muestra "Cartago, el mito inmortal", la mañana del 8 de marzo. En esa mañana me anunciaba que el gran "Coloseo" cerraba sus puertas por primera vez en la Historia. Ni siquiera la Segunda Guerra Mundial provocó su clausura.
A pesar de ello, creo que hemos construido un capítulo que responde a la intención original de dar una visión general, visión que no obstante, mostrará muchos detalles. Sin abandonar la película "El gladiador", hay otra frase de Máximo, antes de combatir en Germania, que bien vale para la trayectoria de nuestros héroes romanos y púnicos: "Lo que hacemos en esta vida, tiene su eco en la eternidad".
No seré yo quien corrija a tan afamado personaje.
Manuel Navarro