Estamos acostumbrados a ver mundos que llegaron a su final. La arqueología conserva lo que la muerte no pudo arrebatar a la vida, o una parte. Desaparecen las personas pero permanecen los objetos que un día fueron útiles o preciosos para sus propietarios. En un parpadeo, ictu oculi, se exhala el último hálito como bien sabían Valdés Leal y sus coetáneos del Barroco.
El yacimiento de La Marmotta, en el lago Bracciano, es uno de esos filones arqueológicos que pueden calificarse como cápsula de tiempo por su magnífico estado de conservación. “Es una Pompeya del neolítico”, afirmaba Mario Mineo – director del proyecto de investigación – en su orilla el pasado domingo. Nos habían presentado unos minutos antes. Pero no hubo apretón de manos. La sombra del COVID-19 empezaba a cubrirlo todo.
La jornada previa, el sábado, la empleamos en rodar presentaciones y recursos por la orilla del lago. El día era espléndido, no se movía una rama, y el fondo de arena negra volcánica unido a la quietud y transparencia de las aguas convertían Bracciano en un espejo. “Lo de arriba, como lo de abajo”. Recordé el lema de los herméticos.
Habíamos volado la tarde antes desde Málaga a Roma. No había ninguna recomendación para no hacerlo, ni ninguna prohibición o restricción. Nuestra obligación era cumplir con lo acordado antes del rodaje y a pesar de nuestras apetencias personales, viajamos. Sólo una orden de nuestro gobierno habría paralizado la actividad.
La primera noche en Roma vimos terrazas llenas en la calle del Pigneto, a espaldas de nuestro hotel. El sábado 7, en el Lago Bracciano, apreciamos total normalidad: personas disfrutando de un magnífico día, los locales llenos, tráfico fluido… Nosotros comimos en la terraza de un restaurante con vistas al lago y estaba muy animada. Seguimos trabajando por el perímetro del lago, viendo pasar senderistas y ciclistas. Regresamos al final del día al hotel sin novedad. Esa noche cenamos con el equipo de Juan Francisco Gibaja en un restaurante de Garbatella. Había problemas para conseguir mesa. La gente cenaba en grupos grandes y la única novedad era que los camareros llevaban guantes de látex. Esa misma noche el gobierno de Italia decretó el aislamiento total de 16 millones de personas en Lombardía, el Piamonte y todo el norte del país.
Las caras durante el desayuno del domingo, las caras de los demás huéspedes del hotel Roma Aeterna, ya empezaban a ser un poema. Nos fuimos a rodar a Bracciano.
Comprendimos inmediatamente la potencia del yacimiento. No eran solo sus maderas, en un estado de conservación increíble, eran también las semillas o la cerámica. Estábamos ante un grupo humano del 5.700 antes de Cristo que había desarrollado una tecnología vanguardista. Cuando vimos la primera piragua, aún sumergida en un tanque especial en un local de Anguillara Sabazia, pudimos corroborar que aquellas gentes de cultura sofisticada habían alcanzado la península itálica probablemente en barco y que en barco pudo tener lugar la expansión del neolítico. Ya conocíamos yacimientos neolíticos relacionados con el mar, como el caso de Campo de Hockey en San Fernando y el más que probable uso de embarcaciones. En la Marmotta el grupo original, llegado probablemente desde el levante mediterráneo, era más avanzado que las comunidades que le siguieron. Comunidades mixtas formadas por estos emigrantes y grupos de cazadores – recolectores. Esa es la hipótesis.
Dejamos el lago y subimos a Anguillara Sabazia. Al ir por una de sus calles estrechas, esas que se asoman al azul del mar interior de Bracciano, recibo un correo de José Ángel Zamora, comisario de la exposición “Carthago” que se celebraba en el Coliseo de Roma. El mensaje era claro: no podíamos acceder a la exposición el día 10 por la mañana como estaba previsto tras el decreto que el gobierno italiano había promulgado esa madrugada. Hablamos por teléfono: no hay subterfugio alguno para entrar en el monumento, el rodaje debe suspenderse. En el acto pienso en adelantar nuestro regreso al día 9 ó 10. Esa tarde, conseguimos unos billetes para la mañana del martes.
Carmen y yo salimos a tomar una cerveza esa noche y el ambiente era ya otro. Mayor presencia militar y la policía entrando en los bares y restaurantes para que se cumpliera la separación de un metro impuesta por el gobierno italiano. Las caras de los romanos eran de preocupación aunque todo se desarrollaba con calma y educación. No hemos visto a nadie ponerse nervioso durante estos días. Mientras tanto, en España, 120 mil personas acuden a la manifestación del 8m por entender las autoridades que no había riesgo de contagio. Una decisión que puede salirnos muy cara.
El lunes por la mañana rodamos en el museo de la Civilta todos los materiales procedentes de La Marmotta. El museo estaba cerrado al público tras la orden gubernamental. Pudimos ver los grandes barcos, las maderas en perfecto estado de conservación, las cerámicas únicas con incisiones y pintura; hoces que parecen fabricadas a medida, semillas que laten vivas. Un espectáculo arqueológico. Aquellas gentes de La Marmotta vieron como su mundo desaparecía en un parpadeo. El lago se hundió como sucediera después en los Campos Flegreos, al estar en una caldera volcánica. El poblado, las grandes piraguas, los ajuares cerámicos… Todo quedó bajo el agua y el fango. Y todo se conservó milagrosamente.
Por la tarde nos desplazamos hasta los exteriores del Coliseo, también paseamos por el Foro de Trajano, por la Vía del Corso y otros lugares céntricos. Piazza Navona parecía un salón vacío de una gran casa. La Plaza del Panteón parecía subsumida en una pesadilla post apocalíptica. Era como aquellas películas de la Guerra Fría en las que morían las personas por efecto de bombas que – en cambio – respetaban los edificios.
Cenamos en la “Sacristía”. Estábamos solos. Únicamente al final de la velada entraron más clientes. Tomamos un taxi de vuelta. Eran las 21 horas y parecían las 4 de la mañana. Al llegar al hotel, nos sacude una noticia: el gobierno de Italia declara zona roja todo el país. Tememos no poder volar al día siguiente, a pesar de que teníamos los embarques.
El martes nos fuimos temprano al aeropuerto. En el desayuno del hotel ya sólo había un matrimonio con mirada triste. Salimos. Hay tráfico fluido. Tenemos la sensación de dejar Saigón con el Vietcong a las puertas. Pasamos los controles sin problemas. El aeropuerto de Fiumicino está medio vacío. A las 10:30 horas estamos despegando rumbo a España. Justo antes de aterrizar nos dicen por megafonía que si tenemos síntomas, llamemos a urgencias y permanezcamos en nuestras casas. Al aterrizar en Barajas, no nos mira nadie, no hay control alguno. Cogemos un coche y regresamos a Andalucía. Nos habíamos librado por poco.
En la retina, todavía, teníamos la imagen de cómo un gran país, Italia, se había paralizado ante nuestros ojos incrédulos. Pero en España parecía no haber tanta alarma. Entonces. Ahora ha cambiado todo ictu oculi.
Manuel Navarro