Parece ser que en la mitología griega se recomendaba no molestar a Poseidón, hermano de Zeus y Hades, por su legendario mal humor. Simplemente era mejor que no oyera a nadie inesperado por sus dominios, so pena de empuñar su tridente y espolear a los caballos de su carro, que para eso era también dios de los équidos. Las Nereidas y Tritón con su caracola, formaban parte de la corte marina que hostigó al pobre Odiseo por cegar al cíclope Polifemo, hijo del citado dios de los mares. De alguna manera ese temor a los cambios de humor de Poseidón encierra el pavor reverencial a los cambios de tiempo atmosférico en el mar. Cualquiera que se precie de ser un asiduo de las olas y las gaviotas sabe de lo que hablo.
Los fondeaderos, como la Bahía de Algeciras o la de la Herradura, son lugares en los que los navíos han encontrado abrigo desde que la brisa sopló la prístina vela de un barco. Espacios que por su configuración son refugios, aparentemente seguros, pero que según con qué tipo de temporales, pueden transformarse en un cementerio a proa o a popa.
El horizonte se quiebra, las aguas se abren bajo las quillas y las naves con sus cargamentos se escoran por estribor o por babor para cambiar de dimensión en los dominios de Neptuno, que es Poseidón en Roma.
Allí abajo los volúmenes son líquidos, las vistas de Cinemascope. Se oye respirar a los buzos y silbar a las sirenas. De entre las rocas salen morenas y zafíos y los erizos ruedan por el fondo, como las castañas por la ribera del Genal. Es un mundo con su propio tiempo y sus propias reglas. Se siente uno apabullado como un chanquete en el Mercado de Atarazanas.
Una vieja canción preguntaba por el paradero de unas llaves que estaban en el fondo del mar “matarile, rile, rile”, como el anillo que acabó en el fondo de un pozo. Y es que allí, en el fondo del mar, hemos estado estos días codo con codo con el equipo de Felipe Cerezo y su Grupo de Arqueología Subacuática de la Universidad de Cádiz.
La arqueología subacuática es una frontera que la investigación está superando. La mar es un medio hostil, más costoso en todos los sentidos para trabajar, pero es un mundo en el que lo material – que es la sustancia de la arqueología – se conserva mejor que en los estratos de tierra. Un pecio – en muchas ocasiones – es una foto fija y como siempre los arqueólogos tienen que emplear sus estrategias y sus recursos, toda su sagacidad, para hacer una reconstrucción de los hechos.
Frente a la Ballenera de Algeciras, conjunto que parece derruido por vientos proverbiales, por tempestades antiguas y maldiciones dogones, bajo las aguas transparentes de un Meditarráneo que se hace grande en el Atlántico, o donde un Océano se derrama para generar un mar – el Mare Nostrum, el siríaco, o como prefieran llamarlo – tanto monta, en un recodo de la rada, se hallan los restos de un barco italiano que traía porcelanas chinas – o buenas copias – para que las familias adineradas, aunque no tanto, pudieran presumir de la moda del Galeón de Manila, aunque los platos y las tazas fueran de Siena o Génova. Ya ven que hay pocas cosas nuevas bajo el sol, aunque sea el sol de Cádiz que corre por encima de Ceuta.
Siempre ha habido nichos de mercado, comerciantes y comerciales, amén de intrépidos marinos que se juegan la vida por su cargamento. Es la Historia misma de la Humanidad. Y parte está allí abajo, a dos, o a dos mil metros de profundidad. ¡Tantas tragedias! ¡Tantas tempestades! Y la guerra, la guerra cruel que ha enviado al fondo a hombres mutilados por balas de cañón o por esquirlas de madera afiladas como dagas florentinas.
También hemos podido filmar los restos de una cañonera del siglo XVIII que participó en una batalla contra los ingleses. De eso, ya hablaremos con más calma en el programa.
Felipe, Raúl, Juani, Teo y Samuel han puesto sus pulmones y sus vidas en peligro para bajar a ver y a filmar todo aquello. Muchos más han colaborado: Leni, la gran capitana del UCADIZ y su tripulación, y por supuesto todo el equipo de Arqueomanía, incluyendo nuestro dron submarino que se ha hecho todo un Nautilus bajo las aguas del Estrecho.
El patrimonio arqueológico subacuático de España es posiblemente el más importante del mundo, o uno de los que más. No lo componen sólo los barcos que duermen el sueño de los justos bajo nuestras aguas. Navíos con pabellón español hay por todo el mundo: dicen los entendidos que centenares o quizás miles.
Es responsabilidad de todos, especialmente de los poderes públicos, promover su conocimiento y conservación. Más nos valdría no enfadar a Poseidón de nuevo.
Manuel Navarro