Caput Celtiberiae, cabeza de la Celtiberia, llamaron los autores romanos a Segóbriga, que como sabéis se encuentra en la actual provincia de Cuenca. La Celtiberia, un conglomerado de pueblos que los globalizadores del Tíber – si se nos permite la expresión – emplearon para referirse – indistintamente – al mosaico de gentes de la Meseta y sus bordes. Así que pelendones, arévacos, carpetanos, vetones o vacceos pasaron a ser celtíberos a los ojos de cronistas como Tácito, el gran historiador de época imperial que narró el fin de la “Hispania antigua” en la pelada roca de Termancia, eso sí, bastante después de los hechos.
Es una realidad historiográfica que la Celtiberia está sesgada en su visión por la proyección romana y por otras posteriores, algunas trufadas de rancio nacionalismo. El episodio numantino tiene su peso específico en la gestación de esta visión romántica.
Para Roma, casi todos los que no eran romanos eran bárbaros y los celtíberos fueron percibidos así: gentes rudas, violentas, alejadas del paradigma romano. Es lógico, eran sus enemigos, ¿O no? Los historiadores y arqueólogos de hoy están desenterrando un pasado más complejo, más sutil, plagado de alianzas y anfibologías como las observadas en Caminreal, la Caridad de Teruel.
Parece existir un acuerdo general en que las poblaciones de la Edad del Hierro de la llamada cultura de los Campos de Urnas – de génesis indoeuropea – habrían alcanzado la Península Ibérica en torno a los límites del primer milenio antes de la Era – o de Cristo, según se prefiera – para mezclarse con elementos locales. En la actualidad se baraja la hipótesis de una fuerte influencia cultural llegada desde el Mediterráneo. Un fenómeno similar al que narramos la temporada pasada en el mundo castreño. (Los celtas).
Durante las jornadas de ayer y hoy hemos podido rodar emplazamientos y muestras del registro cultural celtíbero verdaderamente asombrosas.
Todavía no hemos superado la impresión que hemos recibido esta mañana, un verdadero gancho de izquierdas en nuestras abiertas quijadas, al contemplar por primera vez La Cava de Garcinarro en Cuenca. Simplemente, no podíamos creerlo. No podíamos creer estar dentro de una estructura megalítica – con clara acción antrópica – que parece una enorme basílica rupestre. Parece claro que los autores de esta instalación colosal aprovecharon la colocación de enormes piedras en el terreno, pero según los investigadores, no cabe duda de que las manipularon. Se ven los piquetazos en uno y otro sentido, piquetazos hechos con instrumentos de metal.
El yacimiento está en plena investigación y no se pueden aventurar interpretaciones hasta que el equipo de Miguel Ángel Valero y Mar Juzgado publique. Pero hemos visto cazoletas por docenas, la gran estructura – por ahora principal – y un conjunto de tres estancias en un nivel superior que tienen un desarrollo y una planificación – amén del trabajo en la roca caliza – increíbles. Sobre esta estructura, una muralla y varias cabañas de la Edad del Bronce se suman al espectáculo. Podemos estar ante un lugar de agregación de época celtibérica de dimensiones ciclópeas. La interpretación de estos espacios incluye la política – de hecho hemos recordado la Almoloya – la religión y las normas consuetudinarias. Los arqueólogos tienen ante sí un enigma histórico que necesitará de muchos recursos y buena ciencia para empezar a aclararse.
Habíamos llegado a la Alcarria conquense desde Teruel. Ayer rodamos en su estupendo Museo Provincial. Fuimos acogidos, con entusiasmo, por su director, Jaime Vicente, que tuvo a bien acompañarnos durante toda la jornada. Las colecciones del museo – con cerámica ibérica finísima, catapultas romanas o panoplias guerreras mediterráneas – son de una impronta y una calidad excelentes. Están muy bien musealizadas y dan una primera visión muy bien orientada de la dimensión arqueológica de Teruel.
Por la tarde rodamos en Peñalba de Villastar, un acantilado de grandes dimensiones que encierra un conjunto de grabados e inscripciones de varias épocas, incluyendo unos versos de Virgilio.
Una gran tormenta nos acompañó como elemento primordial, como fuerza incontenible, a medida que ascendíamos hacia las estribaciones del cortado. Este conjunto de inscripciones se interpreta como un santuario natural, quizás dedicado al dios Lugus y otros ilustres miembros del panteón celta o celtíbero, siempre vinculados a la naturaleza.
Los truenos y los rayos nos acompañaron hasta Alto Chacón, otro yacimiento de origen celtíbero en las afueras de Teruel. Transitamos por el lugar en el que doscientos mil combatientes pelearon a vida o muerte durante la Guerra Civil española. Una de las mayores batallas del conflicto fraticida. Pero esa, es otra historia.
Provincias como Huesca, Teruel, Soria o Cuenca tienen todavía mucho que aportar al conocimiento del pasado. Nosotros trataremos de ir mostrando todo lo posible. Romper el nudo de la Celtiberia, puede ser cuestión de pocos años.
Manuel Navarro