Esta mañana, un rato después de que haya amanecido, he salido para tomar un café con Juan Manuel Jiménez Arenas, responsable de los yacimientos de Orce que ahora están bajo la dirección de la Universidad de Granada. El sol brillaba y el mar se movía levemente en su rotundidad azul. Los cormoranes ya se están marchando, señal de que el invierno se acaba. Mañana empieza una primavera que por aquí ya ha dejado ver sus heraldos hace semanas. Iremos a retratar sus primeros trazos de luz en el interior de Viera, pero esa, es otra historia.
Caminaba por el paseo que separa mi domicilio de la cafetería cercana en la que hemos quedado y me parece que un camino de baldosas amarillas me transporta a un día de hace quince o dieciséis años. Me veo sentado en uno de los muretes que separan el paseo de la arena, leyendo una tercera de ABC que escribió Arsuaga sobre el Hombre de Flores. Estoy fumando – en la visión – y tras leer detenidamente el artículo, marco el número de José Gibert para pedirle su opinión sobre el Hombre de Flores y sobre el artículo de Arsuaga. No sería ético – con Gibert fallecido hace tantos años – revelar el contenido de la conversación. Pienso en la cantidad de novedades que la paleontología humana nos ha dejado desde entonces. También pienso en que Gibert creía que el clima de aquel Orce del lago, las hienas y los homínidos era más húmedo que el actual y más boscoso. Recuerdo con claridad sus palabras.
Y es que para todo es necesario un clima apropiado. De eso, de clima y de Orce voy a hablar con Juan Manuel Jiménez Arenas.
Llega, con cierta prisa – el fontanero ha tenido que intervenir de urgencia en una ducha – y se sienta frente a mí. Los fontaneros – no se me ofendan – suelen tardar más por regla general, como los electricistas. Un fontanero así de rápido es un tesoro.
Juan Manuel es un hombre afable y cercano, no requiere grandes preámbulos. Enseguida nos ponemos manos a la obra y me confiesa que a veces el peso de la responsabilidad de cargar sobre tus espaldas con un yacimiento con tanta proyección como Orce es verdaderamente duro.
A veces, en nuestras críticas, en nuestras severas exigencias hacia los demás (casi nunca hacia nosotros mismos) olvidamos que bajo los epígrafes y los cargos hay personas. Con familia, con parejas y a veces con hijos, con madres, amigos y hermanos. Cuando nos mostramos críticos deberíamos ver la foto del anuario escolar del hermano o la hermana chica del receptáculo de nuestras iras, a ver si así nos aplacábamos un poco.
El camarero – que empieza a tener bulla – nos trae unos cafés y unos pitufos. Para los que no sepan qué es un pitufo, les diré que es tipo de pan pequeño, más pequeño que un mollete. De ahí el nombre. Aunque sea pequeño puede llenarse de cosas estupendas y terminar abultando como una perdiz rellena.
Veo ilusión en Juan Manuel. También observo preocupación. Es lógico, unos yacimientos tan importantes para la Evolución Humana son un foco permanente de polémica. Y más, éstos. Desde hace muchos años. Dirigir el proyecto de Orce es un poco como ser Aquiles: hay gloria, pero también muerte.
La llegada de los primeros homininos a Eurasia sigue siendo una cuestión abierta. El corredor del Levante – esto es el paso por Oriente Medio desde África – está demostrado, según el consenso mayoritario. Pero eso no excluye otras posibilidades, que deben ser demostradas, como el paso de los estrechos. Especialmente del Estrecho de Gibraltar. Cuestión ardua.
En Orce hay documentada presencia humana hace 1,4 millones de años, la primera de Europa Occidental. Pero hay yacimientos con una antigüedad superior que podrían retrasar esa presencia. Cualquier detalle, cualquier dato, por mínimo que pueda parecer, tiene una relevancia extraordinaria en ese sentido.
Juan Manuel Jiménez Arenas y su equipo han abierto el horizonte, la mirada sobre el trabajo en Orce. La ciencia va avanzando y la colaboración de diferentes disciplinas es ya un paradigma de trabajo. Las estratigrafías se transforman en microestratigrafías y los datos van aumentando de manera exponencial, haciendo necesarias herramientas de inteligencia artificial o big data. La cantidad y la calidad de la información mejoran y nos sitúan ante escenarios que pueden ser diferentes a los paradigmas establecidos.
Juan Manuel me cuenta como se gestó el artículo que se ha publicado esta semana en Journal of Human Evolution y cómo han creado un modelo de clima ibérico desde el que afrontar la evolución climática en Europa Occidental. Es un reto extraordinario. Si se identifican periodos de baja pluviometría y escasa vegetación, y se consiguen asociar a una menor presencia humana, puede establecerse una correlación entre la presencia de homininos y un clima húmedo en paisajes boscosos. También pueden relacionarse la aparición de nuevas tecnologías líticas con fases secas. Puede sonar a poco, pero es mucho.
El clima de Orce, era mediterráneo. Hace dos millones de años y ahora. El problema del clima mediterráneo es que durante el verano no hay agua, no llueve, y eso habría provocado una menor presencia de fauna – incluyendo la humana – por una menor productividad del terreno. Eso no quiere decir que no hubiera fauna, sino que podría moverse estacionalmente o ser inferior en número. Alguno también pensará que en la sabana hay estación seca. Pero el régimen de lluvias no es como el mediterráneo.
El escenario para Orce antes de 1,5 millones de años no parece ser propicio para que hubiera abundancia de fauna. Se trata de un periodo más seco que los vistos a partir de esa fecha. Curiosamente, la zona del Estrecho o la fachada Atlántica sí que tenían una vegetación y una pluviometría más apropiadas para la expansión de los homininos.
El camarero me trae el segundo café mientras Juan Manuel me dice que los corredores mediterráneos, quizá no eran tan frecuentados por nuestros ancestros como los atlánticos.
El estudio, en el que también se han usado datos de Atapuerca y en el que han participado investigadores del IPHES y la URV, pone el acento en un periodo entre 425 mil y 416 mil años especialmente seco. Y justo en ese momento se producen novedades en la talla lítica. ¿Una respuesta tecnológica a una crisis climática?
Hablamos de otros lugares como Ain-Hanech, la Gran Dolina o los valles cálidos de Europa. Los nichos ecológicos han existido y existen. Poco a poco nos vamos dando cuenta que Aquiles no puede alcanzar a la tortuga… pero puede acercarse mucho.
Los años venideros – con la incorporación de nuevas tecnologías y nuevas líneas de investigación – van a ser claves para que tengamos una visión más global del “out of África”. Hay industrias líticas con más de dos millones de años en el Magreb, en Jordania y en India. Tal vez el paleoclima sea un factor decisivo para comprender las mecánicas expansivas de los homininos en Europa.
El proyecto de Juan Manuel Jiménez Arenas y la UGR en Orce es absolutamente fundamental para que se avance en este conocimiento. Su competencia y amplias miras y el potencial de los yacimientos, así lo sugieren. Ahora sólo falta un clima apropiado.
Manuel Navarro