La versión de su navegador no está debidamente actualizada. Le recomendamos actualizarla a la versión más reciente.

EL CERRO DELVILLAR Y LOS FUNDADORES FENICIOS DE MÁLAGA

Publicado 08/09/2024

RECREACIÓN DEL CERRO DEL VILLAR. BOSCORECREACIÓN DEL CERRO DEL VILLAR. BOSCOEn un lugar imposible, surge la sorpresa por partida doble. Un yacimiento arqueológico excepcional, enmarcado en una naturaleza inesperada, donde, en teoría, no deberían encontrarse ni el uno ni la otra. Rodeado de autovías, urbanizaciones, polígonos y hasta de un gran aeropuerto internacional, late, desde miles años atrás, el recuerdo enterrado de una antigua ciudad fenicia, de nombre olvidado, que hoy conocemos por su toponimia del Cerro del Villar. Se ubica junto al Paraje natural de la desembocadura del Guadalhorce, a las puertas mismas de la ciudad de Málaga. Las decenas de miles de conductores que surcan cada día las autovías y scalextric no llegan ni a sospechar la riqueza arqueológica y natural que bordean. Que sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas.

Las marismas de la desembocadura del Guadalhorce, el río que comunica la bahía de Málaga con el interior de la proverbial Andalucía, quedan embolsadas en una densa zona urbana y comercial. Al norte, el Palacio de Deportes José María Martín Carpena, aquel buen concejal vilmente asesinado por ETA en 2000. Al sur, la blanca urbanización Guadalmar, con su parroquia de Santa María Estrella de los Mares, punto de reunión del equipo de Arqueomanía desde donde accedemos al yacimiento a través de una cancela normalmente cerrada, para proteger el espacio natural del tráfico rodado. Dos muros de tierra elevados previenen del ímpetu de las periódicas avenidas. El Guadalhorce, viejo forjador de historias y prehistorias, es un río de mansa apariencia, pero de feroces envites e inundaciones. Antes de fusionarse con el padre Mediterráneo, se abre en dos brazos que delimitan las actuales marismas de su delta. La ciénaga y el riesgo de inundación salvó al enclave de la intensa urbanización circundante, convirtiéndose en un paraje natural de extraordinario valor, en el que conviven nutrias con anguilas, conejos con lisas, zorros y camaleones con una infinidad de aves acuáticas que utilizan sus charcas y lagunas como descansadero en sus migraciones, como hábitat permanente o como lugar de invernada. Actualmente goza de la protección de Paraje Natural, habilitándose, también, como parque periurbano de una gran superficie, 122 hectáreas, recorrido por una serie de senderos habilitados para caminantes y corredores. Algunos observatorios, como en situado en la Laguna Grande, permiten disfrutar de las aves acuáticas en su incesante ir y venir. Un prodigio natural inesperado que debemos cuidar y mimar, ya que acerca una variada biodiversidad al corazón mismo de la gran ciudad.

Ya conocíamos el yacimiento – lo visitamos en la campaña anterior – y estábamos deseosos de conocer las novedades de las presentes excavaciones, siempre madre de hallazgos y descubrimientos. Desde el coche, mientras rodamos sobre unos de los muros que encierran el paraje, junto al brazo sur del Guadalhorce, apreciamos su rica vegetación. Abundan los tarajes y álamos y vemos sobresalir algún eucalipto, con las omnipresentes eneas que cubren de verde las orillas de las charcas. Los cañaverales y juncos delimitan manchas caprichosas. Ciclistas y paseantes circulan en paz por sus senderos en armonía con el entorno. Por eso, al mirar al frente y encontrarnos conla concurridísima autovía, el contraste se vuelve paradójico y contradictorio, lo que nos conduce de nuevo al punto de partida, una naturaleza exuberante en un lugar por completo inesperado.

Inesperado comoel yacimiento, al que llagamos tras bajar del muro. El rugir de los automóviles que circulan por la vecina autovía hace de fondo sonoro, jaspeado por el sonido de los aviones que, al despegar, vuelan sobre nosotros. La protección que se otorgó al yacimiento hizo que la autovía desplazara su itinerario previsto, bendita modificación de trazado, que salvó la joya fenicia que íbamos a grabar.

Apenas pasan diez minutos de las ocho de la mañana y las más de cuarenta personas que participan en la campaña se afanan para comenzar la tarea. Conforman un equipo multidisciplinar coordinados por José Suárez, Bartolomé Mora y Carolina López-Ruiz y liderados por la universidad de Málaga, con la participación de equipos de otras universidades andaluzas y norteamericanas.

            El Cerro del Villar resulta fundamental para comprender la dinámica de colonización fenicia y su relación con los autóctonos y con el llamado mundo tartésico que nos ocupa. Sea como fuere, la bahía de Málaga y el Guadalhorce se nos antoja un lugar excepcional para los primeros asentamientos de aquellos osados mercaderes de Tiro. Es cierto que también existen importantes yacimientos en la desembocadura del río Vélez como el de Toscanos, pero es posible que los del Guadalhorce tengan aún mayor antigüedad y tamaño, dado que el río es un paso natural hacia el interior de Andalucía y el valle del Guadalquivir.

Según nos cuentan, ya en la mitad del siglo IX a.C., los fenicios se establecieron en La Rebanadilla, un yacimiento situado algo más en el interior, también sobre una isla del Guadalhorce, descubierto en los trabajos de construcción de la segunda pista del aeropuerto.Se trata de un santuario usado como punto de relación e intercambio con los autóctonos. El Cerro del Villar se fundaría algo después, en el siglo VIII a.C.En el VII a.C. se nos muestra como una urbe con todas sus funcionalidades y una orientación comercial, pesquera y productora de salazones y vinos.  Ambos asentamientos, la Rebanadilla y Cerro del Villar se convierten, por ahora, en los asentamientos fenicios más antiguos, equiparables a los de Gadir. Y, por si fuera poco, sus habitantes terminarían fundando la actual ciudad de Málaga, la Malaka fenicia que poco a poco vamos conociendo. RECREACIÓN BARCO FENICIO. BOSCORECREACIÓN BARCO FENICIO. BOSCO

El asentamiento, primero, y la posterior ciudad fenicia del Cerro del Villar, se ubicó, como sabemos, en una isla del delta de la desembocadura del río Guadalhorce. ¿Por qué una ubicación tan venturosa? Las razones parecen obvias. Buenas condiciones portuarias, protección y excelente acceso al interior, donde se asentaba la población autóctona con la que mercadeaban y negociaban. Su privilegiada ubicación le permitió convertirse en un enclave comercial de primer orden, tanto de importación como de exportación. Producciones fenicias del Cerro del Villar se han localizado en yacimientos de Cataluña, en Lisboa o en Essaouira, en la costa atlántica marroquí.

Pepe Suárez nos cuenta que en el siglo VII a.C. se desarrolla un proyecto urbanístico perfectamente definido, con calles porticadas y edificaciones alienadas, construcciones rectangulares con los clásicos zócalos de piedra alzados con muros de adobe o tapial. ¿De dónde sacarían las piedras si la isla sedimentaria carecía de ellas? Pues parecen que procedían de la zona de la actual Churriana, por lo que tuvieron que traerlas en barco… con permiso de los autóctonos, claro está. Se advierten casas con patio, que podían llegar a tener dos plantas, con techumbres planas y practicables. Se trata, pues, de una trama urbana compleja, con zonas portuarias, comerciales y con talleres diversos. Algo más apartados, las piletas de salazones y los hornos de alfarería, para producción de ánforas y otros contenedores cerámicos. Las dimensiones de la ciudad alcanzarían las ocho hectáreas de superficie de la isla, lo que supone una gran urbe para la época, dotada con un urbanismo complejo y avanzado. El arqueólogo no dudó en afirmar que podría tratarse, en el siglo VII a.C. de una ciudad de entidad similar a la bien conocida Gadir.

Entrevistamos también a Bartolomé Mora, que desmonta la tesis del abandono súbito tras una gran inundación. Es cierto que se advierten al menos tres sucesos catastróficos, de gran poder destructivo, pero siempre con una continuidad urbana posterior, aunque dejaran como herencia un apreciable hiato. Los trabajos arqueológicos demuestran el progresivo abandono a partir de la segunda mitad del VII a.C. El lugar no se dejaría por completo, sino que, menguado eso sí, estaría poblado hasta alcanzar el periodo púnico y el romano, sobre todo, en la zona de piletas de salazones. Tras una de estas graves inundaciones del siglo VII a.C., el del apogeo de la ciudad, parte de la población se desplaza para fundar Malaka, lo que hoy es Málaga. La excavación bajo el antiguo edificio de Correos y Telégrafos, en su obra de rehabilitación para convertirlo en rectorado de la universidad, aparecieron los niveles más antiguos de la Malaka fenicia, sobre el 625 a.C., que, con mucha probabilidad, serían construidos por gentes provenientes del cercano Cerro del Villar, que visitamos.

Carolina López-Ruiz, a la que tuve la suerte de publicar la obra Tarteso y los fenicios de occidente (Almuzara 2020), en coautoría con Sebastián Celestino, incide en el modelo de colonización fenicio – que no imperio – basado en factorías y urbes costeras, que le permitieron llevar su comercio a grandes distancias y establecer una red de factorías, asentamientos, santuarios y ciudades a lo largo de buena parte del Mediterráneo, en competencia con el sistema de colonización griego, en gran medida contemporáneo.

El yacimiento fue descubierto en 1965 por Juan Manuel Muñoz Gambero, que llegaría a realizar varias campañas de excavación. El hallazgo constituyó toda una sorpresa, pues no se esperaba encontrar, junto a la desembocadura de un río de frecuentes y peligrosas avenidas, los restos de una ciudad tan importante. Como en tantas ocasiones, el descubrimiento fue casual. Un amigo paseaba por un cañaveral – en este caso cultivo de caña de azúcar –cuando advirtió restos de cerámicas en el suelo. Mostró algunos a Muñoz Gambero, que, de inmediato, se percató de su importancia y diferenciación con otras conocidas. Se trasladó al lugar, donde quedó asombrado por la cantidad de restos de cerámica en superficie. A los pocos días encontró un anillo de plata con un escarabeo, que demostraba el viejo comercio con el Mediterráneo oriental y el Antiguo Egipto. Una vieja foto del día del descubrimiento en 1965 nos muestra al arqueólogo deambulando por el campo de caña de azúcar. Muñoz Gambero fue quien primero postuló que se trataba de un yacimiento fenicio, lo que levantó cierta polémica científica en su momento, porque, aunque las fuentes hablaban de una Malaka fenicia, hasta aquel entonces no se había encontrado ninguna evidencia arqueológica. Se mantuvo un vivo debate sobre si, en verdad, se trataba de un enclave griego o fenicio. Al final, Gambero tuvo razón, lo que supuso el nacimiento de la arqueología fenicia en la bahía malagueña, que posteriormente quedaría fehacientemente asentada tras las excavaciones realizadas durante la década de los 80 por María Eugenia Aubet, catedrática de la Pompeu Fabra, tristemente fallecida en este 2024 en el que escribo estas líneas. La arqueóloga postuló que se trataba de un enclave urbano, con traza de ciudad, de una riqueza y complejidad muy superior a la simple factoría. Volveríamos a encontrarnos con ella por sus trabajos sobre el yacimiento de Setefilla y los marfiles tartésicos.

Mucho nos queda por conocer de la colonización fenicia y del mundo tartesio, pero no cabe duda que en la bahía de Málaga se custodian muchos de los secretos que pueden arrojar luz a tantas sombras que todavía hoy nos atenazan. El Cerro del Villar tiene la llave de algunos de ellos, lo que lo convierte en un yacimiento estratégico, cuya excavación e investigación en buenas manos queda. Seguiremos con toda atención sus trabajos, a buen seguro reveladores.

 

Manuel Pimentel Siles

Visita 06/09/2024

Directiva de cookies

Este sitio utiliza cookies para el almacenamiento de información en su equipo.

¿Lo acepta?