El verano pasado, en el rodaje de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, nos pusieron al tanto de la inminente culminación del estudio – que ha visto la luz esta semana – sobre la audición de los neandertales y su capacidad habladora.
Estábamos finalizando la grabación en el exterior de la Galería de las Estatuas y Manolo Pimentel le preguntaba a Ignacio Martínez por sus últimas investigaciones. Martínez, después de contar – en tono jocoso – su llegada a la Sima de los Huesos de la mano de Emiliano Aguirre (lo puso a subir un compresor monte arriba) nos dejaba boquiabiertos con la respuesta: “Estamos descubriendo como oía un muerto de hace 400 mil años”.
Ya que resulta imposible saber cómo podían hablar nuestros queridos y lejanos ancestros quizá sea bueno tratar de descubrir cómo oían. ¿Por qué? Según el planteamiento de los responsables del estudio, entre los que están Mercedes Conde, Ignacio Martínez y Juan Luis Arsuaga, si se describe exactamente – gracias al uso de tomografía axial y de la Física – en qué rango de frecuencias oían los pre- neandertales de la Sima, podemos colegir si podían o no hablar. Previamente han estudiado a los australopithecus y a los chimpancés y saben que no tenían nuestra sensibilidad auditiva, que oían unos y oyen otros, como personas con “sordera moderada”.
El hecho de tener un aparato auditivo preparado para oír las longitudes de onda de la voz humana – en un amplio espectro – indicaría la capacidad plausible de comunicarse hablando, o al menos emitiendo sonidos similares a las palabras. Para hablar también hace falta el hueso hioides, muy escaso en el registro fósil por su pequeño tamaño.
Podemos correlacionar esta arquitectura ósea auditiva y la sensibilidad de las longitudes de onda captadas con la capacidad de hablar, pero ¿podemos afirmar que es una prueba categórica? Para autores como Chris Stringer, no. Y ahora explicaremos las razones.
El verano, los últimos veranos, son terreno abonado para las conversaciones neandertales. El asunto neandertal nos fascina y hace que llenemos horas de programación. En el fondo todos tenemos una curiosidad razonable por saber cómo eran esos “otros” humanos que pudieron convivir con nuestra especie.
Estamos ante un espejo que nos muestra otra humanidad que vivió casi medio millón de años sobre la faz de la Tierra. Más que nosotros, de momento.
Además, a medida que avanzan las excavaciones y las deducciones, el hombre de neandertal – antes visto como un bruto – se perfila como una especie humana sensible, que quizás tenía sus ritos y su plástica.
La imagen que encabeza este artículo es una recreación de un neandertal de Pinilla del Valle. El hombre, está “ofreciendo” o depositando un cráneo de gran tamaño, el de un bóvido, en el lugar donde se acumularon varios de estos restos óseos. Es una idealización, pero una idealización que responde a las deducciones que han llevado a cabo los científicos durante años.
Recuerdo perfectamente como Enrique Baquedano – y así lo incluimos en uno de los programas dedicados a Pinilla – insistía durante nuestro rodaje en la importancia de sentarse y hablar junto al fuego a la hora de transmitir la cultura, los secretos de la vida y las destrezas necesarias para la supervivencia. Enrique carece de pruebas directas para asegurar que existían estas conversaciones, pero de su observación del comportamiento – ritual – de los neandertales de Pinilla, deduce que realizaron actividades con un grado de complejidad muy alto. Esta complejidad, requeriría – qué duda cabe – un alto nivel de comunicación. Estoy de acuerdo, no creo que una cooperación en los niveles que se observan en el mundo neandertal pueda llevarse a cabo sin comunicación, seguramente sin comunicación oral.
Pero otra cosa es demostrarlo. Como dice mi querido Domi del Postigo: “¿Has encontrado ya la grabadora?”. Pues eso, no hay grabadora. Y de momento, falta por incluir la pieza maestra, la clave de bóveda del problema: el cerebro.
Lo que argüía Chris Stringer esta misma semana era que el problema del habla es un problema cerebral, de desarrollo cerebral.
En nuestras conversaciones neandertales veraniegas de este año también hablamos con Emiliano Bruner. Él nos ha enseñado todo lo que sabemos de los cráneos fósiles y del estudio de la paleoneurología desde hace años.
Él investiga en el CENIEH cráneos fósiles y moldes cerebrales. Cráneos en los que los cerebros dejaron huella en forma de impresión digital. Pues bien, estudiando – sin meternos en más profundidades – el desarrollo de los lóbulos parietales y frontales, resulta que el cerebro de los neandertales – siendo tan grande o más que el nuestro – era diferente. También era diferente su vascularización. Y eso es razón suficiente para sembrar dudas razonables sobre sus capacidades cognitivas.
La imagen que se está proyectando de los neandertales en los medios de comunicación, se está distanciando de lo que piensa la comunidad científica en bastantes ocasiones. Tenemos que estar vigilantes con esto. La Universidad de Leiden ha publicado un estudio, una encuesta, a científicos en el que la gran mayoría encuentra las causas demográficas (disminución, aislamiento) como razones principales de la extinción de la humanidad neandertal. Pero ese no es el relato mayoritario que habla de aniquilación, de enfermedades o desastres climáticos. ¿O no lo vemos a diario?
Es verdad que antiguamente se decía en las redacciones aquello de que: “No dejes que la verdad te estropee una bonita historia”. En este caso, la “bonita historia” es la nuestra, la de la Humanidad.
Por suerte, los trabajos científicos y su correcta difusión nos llevan por el camino del conocimiento, arrancando las malas yerbas de la especulación gratuita. Podemos seguir teniendo conversaciones neandertales durante mucho tiempo, pero mejor si sujetamos la imaginación un poco.
Manuel Navarro