La versión de su navegador no está debidamente actualizada. Le recomendamos actualizarla a la versión más reciente.

ARQUEOLOGÍAEN CERDEÑA IV. LA SORPRESA DEL MUSEO DE BARÚMINI, LA MAQUETA NURÁGICA DE SUMULINU Y EL OGRO DE LA TUMBA DE GIGANTE

Publicado 23/02/2021

Tumba de Gigante de Su Orcu. Foto PimentelTumba de Gigante de Su Orcu. Foto PimentelHabíamos conocido nuragas simples y, también, complejos nurágicos con el de la gran nuraga de Losa de Abbasanta. Pero, por su majestuosidad, queríamos grabar la conocida como aldea nurágica de Su Nuraxi en el término municipal de Barumini, probablemente la más compleja y rica de las que se encuentran en la isla, tanto por su extensión como por el número de estructuras arquitectónicas que la conforman. Las vicisitudes propias de la pandemia impidieron que, pese a todos nuestros intentos y tras muchas idas y venidas, pudiéramos grabarlo. Una pena, aunque los descubrimientos del día cubrirían con creces aquella tristeza melancólica ante lo que pudo haber sido y no fue.

Nos ofrecieron como alternativa grabar el museo arqueológico de Barumini, donde se custodiaban algunas piezas procedentes de la excavación de la vecina y espectacular nuraga de Su Nuraxi. Hacia allá nos dirigimos, resignados con una visita, que, en principio, sentíamos como un premio de consolación ante la imposibilidad de visitar el gran monumento.

Aparcamos en el centro de Barumini, en una zona ajardinada junto a la iglesia. Dominando la plaza, se alzaba un gran palacio al que se accedía a través de una rampa. Desde el mismo momento en el que lo divisamos, supusimos que el museo se albergaba en su interior. En efecto, así fue. Una hermosa portada en piedra franqueaba la entrada, lo que hablaba de la riqueza de sus constructores, sin duda alguna familia principal de la localidad. Pues, primera sorpresa, al igual que ya ocurriera con el de Laconi, el palacio fue erigido por una familia de origen español, los Zapata, a lo largo del siglo XVI. Y es que la íntima relación histórica entre Cerdeña y España parecía empeñado en dejar su rastro allá donde quiera que holláramos…

Pero la segunda y gran sorpresa nos aguardaba en su interior. Nada más entrar se divisaban unas grandes ruinas bajo el suelo. Inmediatamente pudimos comprobar que se trataban de los restos de una gran nuraga, con todos sus elementos característicos – torre central, dependencias varias, anchos muros, piedras ciclópeas – perfectamente apreciables bajo nuestros pies, pues podíamos atravesarlos gracias a una moderna pasarela por la que se ascendía a la planta superior. Nos llamó la atención un ancho pavimento de una calle interior conformado por grandes losas en consonancia con el gigantismo de los sillares y bloques. Un gran molino de mano mostraba a los tiempos que las nuragas no fueron tan sólo espacios defensivos o rituales, sino también domésticos, como nos aclaró Leonardo García Sanjuán.

Ni los Zapata ni sus afamados arquitectos llegarían nunca a sospechar, cuando encontraron las grandes piedras que utilizarían como cimientos, que edificaban sobre una gran nuraga que dominaría, en tiempos remotos,el amplio poblado a sus pies que daría lugar a la actual ciudad de Barumini. El palacio de los Zapata, habitado por el espíritu nurágico, vino a prolongar su posición dominante, en altitud y poderío, sobre el resto de construcciones, pues los lugares de poder, como ocurre con los sagrados, tienden con frecuencia a perpetuarse en el tiempo.Altar de Su Molinu. Foto Pimentel. Altar de Su Molinu. Foto Pimentel.

Los monumentos prehistóricos ocultos bajo edificios singulares posteriores producen una perpleja emoción, como si dos mundos superpuestos habitaran sin llegar nunca a encontrarse. En este sentido, nos resultó entrañable el dolmen excavado bajo la iglesia de Santa Cruz, en Cangas de Onís, o el gran dolmen de Ontiveros, bajo una rica hacienda de Valencina de la Concepción, rodeada de jardines y visible desde la carretera. Los Zapata, en el inconsciente colectivo, representaron para su pueblo el papel de los señores de la nuraga sobre la que habitaban y que, de alguna manera, también a ellos los habitaba.

El museo era, sobre todo, la nuraga inesperada y el solemne continente palacial. La colección de piezas arqueológicas, en contra, es discreta y fácilmente olvidable. Pero la sorpresa del palacio con corazón de nuraga nos hizo olvidar el paso amargo que nos dejó la imposibilidad de grabar Su Nuraxi al dejar una pregunta abierta en el aire: ¿cuántas otras nuragas y monumentos prehistóricos todavía desconocidos se ocultaban bajo los palacios y las iglesias sardas? ¿Cuántos pueblos actuales no se cimentarían sobre los recios muros de pretéritas nuragas? Pues el alma del pasado que habita los lugares con historia, en muchas ocasiones imperceptible, aflora en otros con la evidencia de sus restos o con la tenue evocación de su recuerdo.

            Mientras partíamos de Barumini, reflexionamos sobre la elevada densidad de nuragas en el territorio, pues desde la nuraga/Zapata a la de Su Nuraxi apenas median unos pocos kilómetros. Desde luego, visto lo visto, resultan creíbles las diez mil nuragas existentes en la isla según algunas apreciaciones. Y, aseverando esta reflexión, la nuraga de Su Mulinu a la que dirigíamos a continuación, también se encontraba relativamente cerca, lo que reafirmó la altísima densidad de la red nurágica de la isla, que, en consecuencia, habría alcanzado una población muy elevada que, quién sabe, quizás fuera la causa de las migraciones guerreras que asolaron el Mediterráneo oriental y que serían recordados en la historia como los misteriosos y terribles pueblos del mar.

La nuraga de Su Mulinu domina, desde su altura, el gran valle a sus pies. Se trata de un complejo nurágico, rodeado por una alta muralla aún en buen estado de conservación en alguno de sus trazos, sobre todo en el paño que pende sobre el vacío del cortado. Distintas dependencias rodean el bastión central, trilobulado, con una de sus torres de mayor altura y cada una erigida sobre distintos niveles, lo que hacía que, para acceder a cada una de ellas, hubieran de bajarse y subirse escaleras, a modo de laberinto pétreo.

Tras bajar una escalera y sortear un pequeño recodo, entramos en el interior de una torre lateral, dorado por contraluces caprichosos, en el que destaca algo realmente curioso, una especie de altar esculpido con un extraño relieve. Tras observarlo, se llega a la conclusión que el altorrelieve es, en verdad, una especie de maqueta idealizada de una gran torre, con saliente en su parte superior, al modo de las clásicas torres medievales lombardas. La hipótesis queda confirmada por el director de la nuraga, que nos aclara que esas maquetas son relativamente frecuentes en ambientes nurágicos, como después comprobaríamos en museos. Parece una dependencia ritual, pues se encontraron distintos elementos de valor, realizados en cristal de roca y figurillas diversas, que algo después conoceríamos en su museo.

El ara/maqueta mantiene encima el derrumbe con el que lo encontraron. ¿Para qué su utilizaría? En la réplica exacta que posteriormente grabamos en el museo de Su Mulinu, podemos comprobar que se encuentra vaciada en su interior, conformando una especie de pila bautismal rectangular, presentando un cuenco superior que vertería su contenido sobre la pila descrita.  Un rito en el que la víctima propiciatoria era sacrificada y su sangre vertida sobre el cuenco superior, desde donde correría hasta la pila. Una ilustración en su pared nos muestra la secuencia de la liturgia, lo que nos hace conocer alguno de los ritos que se practicaban en el corazón de la nuraga.

            Tras la visita de la nuraga de Su Mulinu y de su museo, donde pudimos comprar algunos libros sobre la arqueología sarda, nos dirigimos hacia la última grabación del día, que nos llevaría a conocer la arquitectura de la muerte asociada a la nuraga, las conocidas como Tumba de Gigante que, desde luego, no nos defraudaría.

Aparcamos y encontramos la Tumba de Gigante frente a nosotros, a menos de cien metros, retándonos paciente con su transitar de milenios.  Aquel monumento se conocía popularmente como Domu del Orcu, o sea, casa del orco o casa del ogro. El pueblo bautizó a estas enormes construcciones megalíticas como Tumbas de Gigante, admirado por su descomunal tamaño y atribuyéndolo al enterramiento de algún gigante del pasado. Acertaron en el carácter funerario de la construcción, se equivocaron en sus moradores, dado que, en verdad, las Tumbas de Gigante son las necrópolis megalíticas de las nuragas.

            Una gran ave rapaz - nos pareció un azor -, nos saludó con su vuelo cadencioso. Se encontraba posado junto a la tumba y a nuestra llegada voló hasta una encina cercana, donde se posó recortada en el horizonte. Allí permaneció un buen rato, mientras nosotros tratábamos de comprender el designio de su augurio que, a buen seguro, los magos pasados habrían sabido interpretar. Nosotros, en todo caso, lo consideramos como buena señal y nos dispusimos a grabar con admiración y respeto, la tumba de aquellos gigantes de ánimo que erigieron las nuragas y sus necrópolis.

            En su parte exterior, la tumba se extendía, a modo de atrio, con dos muros que abrazaban un patio anterior, al modo de las galerías circulares de la Basílica de San Pedro en Roma. Una perfecta escenografía centrada sobre la parte monumental de la tumba, el pórtico donde se abría la pequeña puerta de acceso. Grandes piedras, a modo megalítico, conformaban esa portada solemne, en la que la construcción alcanzaba su mayor altura. Para entrar en la tumba, dada la escasa altura de su puerta, hubimos de agacharnos

 

            El interior encontramos una gran galería, construidas por grandes piedras, de paredes inclinadas, con una losa superior de cierre, que nos recordaron las navetas de las Islas Baleares. La tumba tendría una longitud de casi veinte metros de longitud que podían recorrerse de pie, dada la gran altura del corredor. Una hornacina lateral de forma rectangular nos hizo cuestionarnos, como siempre, sobre su uso.

            Al salir, rodeamos la estructura de la tumba, en forma de T, con su tramo horizontal curvado formando el atrio que describimos. Su construcción es por entero ciclópea y supone una inevitable tentación para los visitantes. Fue en el único monumento de la isla donde nos encontramos con un flujo constante de personas – nos parecieron todas locales - que se fotografiaban ante la puerta y, también, encaramados sobre el enorme dintel que la cubre. Y es que no debe existir niño sardo que no tenga su particular y entrañable fotografía cabalgando el ogro dormido de una Tumba de Gigante.

 

Manuel Pimentel Siles

Directiva de cookies

Este sitio utiliza cookies para el almacenamiento de información en su equipo.

¿Lo acepta?