Al amanecer de hoy, los monumentos de los antiguos se han visto bañados por un sol invicto, solsticial, fiel, cumplidor, puntual, iluminador, y cómo no, invernal. Un sol que muchas personas queridas y admiradas no han podido ver.
El último finado del que hemos tenido noticia es el gran Anthony Birley, discípulo de Ronald Syme y autor de las magníficas biografías de Adriano y Marco Aurelio. Birley nos recibió durante el rodaje de nuestro documental “Adriano – Metamorfosis” en la jurisdicción de Vindolanda Trust, allá en el Muro de Adriano, en ese confín del mundo, en ese non plus ultra de la ecúmene. Nos pareció animado, nos costó entender su inglés del norte y tuvimos esa sensación que se produce durante algunos rodajes, de estar en una jornada que siempre estaría presente en nuestras vidas desde entonces. Ya tenemos bastantes años de profesión a nuestras espaldas y sabemos que hay lugares y personas que son diferentes, inolvidables. Birlye, era uno de ellos. Que descanse en paz en su tierra de hombres azules y noches boreales de estío.
El pez araña (Trachinus draco) vive cerca de la orilla. Es un pez frecuente en aguas frías del mediterráneo, del Atlántico y del Cantábrico. También se le conoce como pez escorpión o faneca brava. Si te fijas al entrar al mar, si el suelo es arenoso, puedes ver algún ejemplar semienterrado en el fondo. Suelen curvarse ante la presencia humana, estando ojo avizor. Cuando se hacen un poco más grandes, atacan con violencia los anzuelos. Habitualmente desplazan a los demás peces para morder el cebo. El pez araña es famosos por estas latitudes. Y lo es por dos razones: está muy bueno frito – hay algún local en Torre del Mar famoso por ello – y es venenoso. Incluso después de muerto. El pez araña tiene una especie de garfio o gran espina dorsal, justo donde termina su extraña cabeza. Un gancho negro con aspecto de engranaje roto. Si te lo clava puede ser peligroso. Es muy doloroso y en algunos casos resulta mortal. Su herida se lava con agua caliente, a más de 40 grados, tratando siempre de extraer algún resto de espina, caso de que la hubiera. En ocasiones los afectados por una picadura de “la araña” tienen que recibir morfina para el dolor y antibióticos para las infecciones. Los viejos pescadores se orinaban sobre la herida. Yo por eso entro al agua calzado y cuando pesco una araña, la decapito lo antes posible. Si os pica una araña, corred a urgencias.
Este 2020 es como el pez araña: capaz de herirte incluso cuando parece finiquitado. Y si es cierto, que lo es, que hasta el rabo todo es toro, este annus horribilis va a dar coletazos emponzoñados hasta el final, cornadas en la femoral hasta que salude el puntillero.
Es un año que nunca olvidaremos, si tenemos la suerte de dejarlo finalmente atrás, por el profundo dolor que nos ha causado. Hemos sufrido sus dentelladas, una tras otra, mientras veíamos perplejos como el mundo, nuestro mundo, cambiaba delante de nuestras propias y soberbias narices de sabelotodo.
Hemos visto nuestra pequeñez y nuestra impotencia pasando por delante de nuestros ojos como si hubiéramos estado mirando absortos una pantalla en Times Square. Y todo por un agente invisible al que tomamos como un mal lejano y menor, cuando el primer invierno de este 2020 era un señor canoso. Aquel cuento chino se convirtió en una pesadilla muy cercana que continúa azotándonos al arrancar el segundo invierno.
A pesar de todo, la vida sigue luchando por abrirse paso y la actividad arqueológica también. Nosotros, en el programa, nos hemos ido desplazando a diferentes lugares. Sabido es que “escapamos” de Roma en el penúltimo avión del 10 de marzo y que tras el confinamiento hemos trabajado – cargados de precauciones – por varias regiones españolas.
Ha sido admirable cómo los grupos de investigadores se han adaptado a las circunstancias de la pandemia para tratar de lograr sus objetivos. Así lo hemos visto en Atapuerca, en Pinilla del Valle, en Los Millares, en Villavieja o en Algeciras. Todos han sido rigurosos para continuar con su ingente labor. Gracias a ellos, hemos podido rodar una gran parte de la próxima temporada del programa.
Esta mañana pensaba sobre este año y sobre la posibilidad de destacar algunos descubrimientos arqueológicos o de evolución humana. A fin de cuentas, el año se acaba y habrá que recapitular, destacar las pequeñas cosas que han podido escapar del agente invisible.
He realizado una pequeña encuesta con arqueólogos y científicos de mi confianza y la lista de descubrimientos, sin jerarquía, de este 2020 que pasan al libro de la Historia, son (tachánnnn):
1. El paleoproteoma de H. antecessor. Es el material biológico humano más antiguo que se ha recuperado hasta la fecha y abre una aproximación completamente emergente y revolucionaria en el ámbito de la paleoantropología.
2. La confirmación de las dataciones del fuego y la industria achelense en la Cueva Negra del Estrecho del Río Quípar, con más de 780 mil años
3. El descubrimiento de una nueva necrópolis dolménica en Antequera, bajo la Peña de los Enamorados.
4. La determinación del sexo de los autores del arte rupestre en Zújar, en el Barranco de los Machos, gracias a la diferenciación de las huellas dactilares.
5. El olduvayense más antiguo de Europa en los subesferoides del Barranco León de Orce.
6. La escultura de una leona o loba íbera encontrada en La Rambla, Córdoba.
7. La confirmación de Pinilla del Valle como yacimiento simbólico de los neandertales.
8. Las momias de Saqqara.
9. La ciudad maya más grande jamás hallada en Aguada Fénix, Tabasco.
10. Las relaciones del genoma neandertal y la predisposición a sufrir el COVID.
Nuestra historia está llena de descensos a los infiernos. La especie, de momento, ha logrado sobrevivir. Pero muchos de nosotros, personas cercanas como mi querido Rafael Segovia, nos dejaron para siempre. Rindamos ante ellos nuestros estandartes y escribamos sus hazañas con letras de oro en nuestra memoria. Aunque se tratara de hazañas cotidianas, que son invisibles como el Covid y también decisivas.
Feliz Navidad a todos los afortunados:
Manuel Navarro